marzo 07, 2015

Sueño grosero

Soñé que apenas llegaba a tiempo. Era una obra de teatro en una universidad, mi familia ya estaba dentro y yo sólo hallé lugar en una esquina de la segunda fila. En ese momento no me pareció extraño, aunque ahora es evidente que me dejaron ahí a propósito. No recuerdo cómo comenzaba ni de qué trataba la obra, sólo que el chico de unos 20 años que estaba a mi lado comenzó a reírse escandalosamente, a moverse, a comer palomitas de forma asquerosa y a querer llamar la atención. Yo intentaba estar tranquila , concentrarme y aguantar. Los intérpretes, a su vez, hacían esfuerzos de todo tipo para seguir sus diálogos, pero el joven decidió a hablar con ellos, les hacía comentarios ridículos o hirientes y hasta se paró a gritarle “babosa” a una de las actrices. Y yo me estaba enfadando. De forma educada, otras personas a nuestro alrededor le pidieron varias veces que se callara o dejara de moverse, pero él respondía que había pagado su boleto y tenía derecho a manifestar su opinión. Y el circo seguía. Y seguía. Mi límite alcanzó cuando el susodicho comenzó a cantar y mover los pies como si marchara. El teatro era un caos: el público harto, los actores desconcentrados y tratando de seguir su obra, el tipo con sus locuras y yo buscando con la mirada otro asiento. Hasta que me harté y en una de sus interrupciones bruscas, pedí con voz fuerte un masking tape. Los que me escucharon, voltearon a verme con sorpresa, una anciana me miró con cara de “sí, por favor”. Pero nadie se movió. Y, como sucede en todo buen sueño, recordé que yo traía cinta canela en la mochila y la saqué. Blandiéndola como una espada frente a su nariz le dije suave pero firme: “o te callas y te estás quieto, o te amarro”. El infeliz soltó una carcajada y gritó “¿Tú y cuántos más?” Tomé aire, me senté y enfurruñada me mantuve callada… hasta el siguiente exabrupto del vecino, que no tardó en gritar otra sandez. Realmente enfadada, tomé su muñeca más cercana y la até al reposabrazos de la butaca. Una pareja de chicas enseguida se acercó y desde atrás lo sostuvo en su lugar hasta que le até la otra muñeca y me ayudaron a rodearlo con la cinta hasta dejarlo pegado al asiento. Alguno se rieron, otros exigían que la obra siguiera, hubo algunos aplausos discretos… y una mirada agradecida de varios actores. Una vez colocada la correspondiente cinta en la boca para mantenerlo callado, la obra siguió… por 17 segundos. El fulandrejo comenzó a marchar en su asiento y a tararear una melodía estilo militar con la mayor fuerza posible. Yo me levanté de mi lugar realmente enfadada, tres manos surgieron de la nada con diúrex y hasta cinta de aislar, pero yo las rechacé. Tomé mis cosas y ya me iba a salir cuando un actor me llamó desde el estrado: “Oye, no te vayas, la obra sigue…” Pero yo ya no estaba de humor. -Lo siento, ya no aguanto a ese tipo. O lo sacan o me voy-, respondí. - No podemos sacarlo, él es parte de esta obra- dijo con una sonrisa. Y yo no entendí. -¿Cómo que parte de la obra?, ¿de eso se trata, de haber quién aguanta más ese comportamiento?-, pregunté azorada. -Sí, esta obra es de interacción con el público, preguntamos a otros quién era la persona más educada y tolerante, capaz de aguantar esas reacciones sin moverse y tú fuiste la seleccionada. Nos has sorprendido, no sólo actuaste al amarrarlo, sino que no le has dicho ni una grosería. Mientras el actor hablaba, yo caminaba hacia la puerta de salida, enfadada y con los puños apretados. A punto estaba de salir cuando oí el asunto de las groserías. Ahí me pare. -¿Porqué tendría que insultarlo?, ¿qué ganaría con eso? Además, las groserías son palabras absurdas… -Pues podrías haberle dicho, mínimo, un “ya cállate, pend…” -Claro que no podría decirlo, ¿sabes qué significa esa palabra? -Claro, significa tonto. -Pues no, significa vello púbico, ¿qué sentido tiene decir “cállate, vello púbico” a alguien? Es absurdo La gente escuchaba atenta, surgieron nuevos silbidos para exigir que la obra siguiera, otros también tomaban sus pertenencias para salirse hasta que escucharon esto último, lo que les provocó risas a más de 10 y caras de asombro a otros tantos. ¿De veras eso significa? -¿Y porqué no lo mandaste al cara..? -Nuevamente te pregunto, ¿sabes qué es eso? –dije a mi interlocutor con cara de fastidio. Y sin esperar respuesta, seguí-. El carajo es la punta del mástil de un barco, cuando alguno de la tripulación era castigado, lo mandaban a esa parte del barco, que como imaginarás es donde más sacudidas se sienten, ha de haber sido un castigo horrible. Por eso dicen que les fue o que los mandaron allá. Ah, y antes de que me digas otra grosería, te diré que ninguna tiene sentido. La más común y la más mexicana es el mayor absurdo de todos, pues ¿cómo una misma palabra significa el mejor y el peor, lo malo y lo bueno? ¡No tiene sentido! Y no me salgas con que es liberador, que la única vez que me animé a insultar a alguien, me sentí tan mal que prometí no hacerlo nunca más. Y diciendo esto, me salí. En cuanto crucé la puerta se acabó mi sueño.

enero 31, 2011

Crónica sobre Iván

A simple vista mi familia podría verse como cualquier otra: papá, mamá, hermanos... muchos hermanos. Pero si se fijan verán que no es común, pues además de nosotros nueve, cuatro cuñados, siete sobrinos, un fantasma, dos angelitos, un gato, dos perros, dos o tres eternos visitantes, algunos vecinos y los consabidos novios y amigos, tenemos a Iván.

¿Y quién es Iván?... Pues no sé, no lo conozco y nadie que yo sepa sabe quién es. No sabemos su edad, tamaño, complexión, color, ni su dirección. Sólo sabemos que se llama Iván... Iván Pedrero.

Llegó a casa a través del teléfono y aquí se ha quedado a comer y a vivir desde hace 15 años.

Todo comenzó con una simple llamada telefónica: "Bueno, ¿está Iván?" Y no, claro que no estaba... pero desde ese momento se quedó y se convirtió en alguien más de la casa.

Las primeras veces que llamaban preguntando por él contestamos con tranquilidad y educación. Pero después de tres meses de telefonemas diarios, todos realizados durante la hora de la comida, acabamos fastidiados y enojados.

-Bueno, ¿está Iván?
-¡No, aquí no es! ¡Dígale a Iván que si no quiere hablar con alguien que no dé éste teléfono!
Y colgábamos furiosos.

Pero como suele suceder en una familia grande (tal vez en las chicas también, pero eso no lo sé con precisión), nunca falta algún ingenioso o algún comediante.

Por eso a los ocho o diez meses de aquella primera llamada, cada vez que alguien preguntaba por él, nosotros respondíamos con frases como: "no está, se fue a jugar tenis con Stefan o con John (Edberg y McEnroe)" -en aquellos tiempos de Lendl, claro- o "No, pero díganle que tenemos varios recados para él, que se comunique con nosotros, al fin que ya sabe nuestro número telefónico", o solicitábamos "Aquí no vive pero cuando lo veas dile que venga por su recibo telefónico".

Cada año que pasa, con cada telefonema que llega Iván consolida su presencia en esta familia. Pero no crean, aunque nunca lo hallamos visto o escuchado su voz, crremos tener una idea muy precisa de cómo es.

Sabemos que es joven por las miles de llamadas de muchachos (hombres y mujeres) que lo buscan; creemos que debe ser muy guapo o al menos atractivo, porque la mayoría de las veces son chicas las que le llaman.

También suponemos que es de clase acomodada, por los recados que dejan sus amigos: "Dígale que lo espero en el club", "llamaba para ver si va con nosotros a la disco fulanita", o simplemente "quería saber si ya regresó de Miami"".

Por lo demás, no sabemos más.

Pero a pesar de que en los últimos 15 años siempre ha estado con nosotros a la hora de la comida, y ocasionalmente también por las tardes, la identidad de Iván Pedrero siempre será un misterio.

Siempre... a menos que un día a la mitad de un bocado, el teléfono suene y en lugar del ya tan conocido "Bueno, ¿está Iván?" oigamos la voz de un hombre joven diciendo:

- ¿Bueno?, ¡hola, habla Iván Pedrero!

julio 20, 2010

la Historia en la sala familiar

Este año es tiempo de festejar y de recordar, muchos países latinoamericanos recobran de los libros y los monumentos a sus héreoes, a sus "padres de la patria", a sus independentistas. México, además, trae a la memoria a los protagonistas de la primera revolución social del siglo XX... y es ahí donde mi contacto con la Historia se vuelve tangible y real.

Seguramente todos hemos oído historias de los abuelos y bisabuelos, cómo vivieron la guerra, cómo sufrieron sus consecuencias. En mi caso puedo mencionar al tío abuelo que nació pocos días antes de la llamada "Decena trágica" (diez días en los que se suscitó la sublevación, el derrocamiento y el asesinato del primer presidente democráticamente electo de México tras 32 años de dictadura) y que como no podían sus padres salir a la calle porque la balacera no cesaba, sufrió hambre y quedó con parálisis cerebral.

Pero más directamente la Historia se vivó en casa de mis bisabuelos paternos. Ella, una ama de casa proveniente de una familia acomodad de Yucatán quien vivió su infancia en una hacienda henequenera. Él, un joven abogado nacido en Tabasco y educado en la blanca Mérida, buen ajedrecista que fundó de dos periódicos más tarde quemados por las tropas del dictador Su lucha contra la esclavitud de los mayas en la península yucateca y contra los abusos de la dictadura lo convirtieron en blanco de persecución.

Pero esa lucha social también lo llevó a conocer a un hacendado del norte de México, bajito de estatura pero agrandado en su idealismo quien se convertiría en su amigo, su compañero de luchas, su jefe y, finalmente, su compañía en la muerte.

José María, que así se llamaba mi bisabuelo, comenzó con la liberación de todos los mayas y las personas que como esclavos vivían en la hacienda henequenera donde creció mi bisabuela, María; después de muchas persecuciones, de huir por la selva hacia Belice, de tener que viajar a Cuba y a Estados Unidos para no caer en manos de los soldados porfiristas (del dictador), se sumó a los planes de don Pancho y de su hermano Gustavo (su amigo) que finalmente lo llevaron al Palacio Nacional como vicepresidente.

Ahí vivió tiempos de alegría (la fiesta de 15 años de su hija mayor, Mimí, y el bautizo de la más pequeña, Cordelia, en el Castillo de Chapultepec), pero sobre todo padeció los miedos, la incomprensión, el idealismo excesivo de su amigo Pancho y, finalmente, la traición de esa persona de la que nunca confió y que ordenaría su muerte, Victoriano.

En fin, se sabe la historia: a Gustavo lo torturaron y lo mataron los sublevados, a Pancho y Pepe los arrestaron, obligaron a renunciar y los asesinaron. María y sus seis hijos debieron esconderse en el sótano de una casa abandonada durante los siguientes caóticos días, sólo ayudados por un jardinero temeroso hasta que lograron conseguir los pasajes para regresar a Yucatán.

Muchos años después mi abuela confesó que ella hubiera preferido tener un padre que a un héroe en la familia, que despedirse de él justo el día en que cumplió cinco años para nunca volverlo a ver la marcó. Esa es la huella que la Historia ha dejado en la sala familiar y que se ha extendido a las siguientes generaciones, quienes piensan: don Pepe hizo mucho por el país, ¿a mí qué me toca hacer por mi nación?

febrero 03, 2010

Abusos en barandilla

En casa siempre hay sitios favoritos o temibles o tan usados que pareciera que es
normal que estén ahí y que se quedarán por siempre.
Eso sucedía con ese pobre pasamanos de madera, que era usado para todo menos para
recargarse al subir o bajar las escaleras, a excepción del padre de familia, pero que
al apoyarse tanto en él parecía que se vendría abajo con todo y su abusivo usuario.
Los jóvenes integrantes de la familia nunca apoyaron la mano en él, sino sus muy
usadas pompas. Con mucho equilibrio se sentaban sobre la madera y se dejaban resbalar
hasta el descanso de la escalera, al que llegaban de un brinco. Acto seguido bajaban
dos o tres escalones más y repetían la hazaña con la siguiente baranda.
Cuando parecía que ese día el equilibrio no estaba de su parte, optaban por cruzar una
pierna hacia el abismo y cabalgar el pasamanos escaleras abajo, pues era más sencillo,
rápido y divertido bajar por ahí que tener que descender a pie los 14 escalones.
En una tarde lluviosa y aburrida, una chica alocada halló un columpio hecho cuando
cursaba el tercer año de jardín de niños, con la reverenciada y amada miss Vicky. Era
una simple tabla con un agujero en medio por el que pasaba una cuerda con un nudo.
¿Para qué complicarse más en su elaboración, si los niños juegan hasta con el pasto
cortado?
Aquella escuincla ideó columpiarse en su nunca usado columpio y ¿qué mejor lugar
dentro de la casa que atarlo al famoso pasamanos? Lo amarró desde la pata de arriba y
lo dejó caer sobre los últimos escalones de la escalera de piedra, en el piso de abajo.
Y a mecerse he dicho. Se empujaba de los escalones y cuidaba de siempre quedar frente
a ellos para no estampar su figura en la piedra, pero nunca pensó que con tanto
empujón se aflojaría la cuerda.
En una de esas balanceadas aquella chica quedó sentada en un escalón. Lo malo no fue
el sentón sino que por el golpe contra la piedra aquel recién estrenado columpio se
rompió; habría qué buscar otra diversión.
No hay mejor momento para dejar salir la alegría cuando los padres se van. Y hete aquí
que las cinco hermanas aprovecharon una ida al mercado de su madre para quitar sábanas
y cobijas a una de sus camas, sacar el colchón al pasillo, doblarlo por la mitad y
meter en aquel improvisado sándwich a la que gritó más fuerte.
Las dos mayores agarraron las esquinas del colchón que quedaban hacia abajo, mientras
el relleno humano se aseguraba de mantener las otras dos esquinas bien aseguradas para
que no se fuera a abrir ni a salir disparada.
Los escalones de piedra eran geniales para resbalar aquel emparedado humano, que era
jalado escaleras abajo por las dos niñas convertidas en perros de trineo y que no
paraban hasta dos pisos más abajo, mientras las otras chiquillas corrían detrás de
ellas y la barandilla se estremecía.
Así fue usado una y otra vez hasta que los canes que empujaban su colchón se cansaron
de correr... o tal vez hasta que oyeron la bocina del auto sonar, en una conocida
llamada de los padres para que ayudaran a meter las mercancías recién compradas.
Aunque la barandilla tuvo usos más comunes como tendedero, entrada al más allá (sobrenombre del cuarto de Cristina) y túnel del tiempo, lo cierto es que no siempre fue un buen aliado.
En ese lugar hubo los consabidos resbalones, gritos, peleas, aventones, provocaciones de “a ver quién salta más escalones”, tropezones e incluso la más traviesa perdió varios pedazos de dientes en diferentes porrazos.
Sin embargo el golpe mayor fue cuando aquella bebita con cuatro mechas por cabello se asomó por entre los agujeros y el peso de su cabecita fue atraído por la gravedad. Cayó de testa un piso y se estrelló contra el primer escalón, lo que le provocó una factura en el cráneo y el terror familiar.
Una vez pasado el susto, seis días de tormento para una tía que se ofreció a cargar a la pequeña sin parar para que no tuviera daños mayores y prohibiciones explícitas para que los niños no malusaran las escaleras, la calma y los abusos regresaron a la normalidad.

septiembre 12, 2009

Para jugar en la vida

Está sucio, medio deformado por años de cargar la cabeza de una niña dormida y de aguantar toda clase de vapuleos y maltratos-cariños, no tiene ojos y en algunos sitios se le ve las costuras abiertas y el relleno apenas saliendo.
Su original color azul desapareció hace muchos años y se convirtió en una mezcla de azul desteñido, tierra de muchos años y no sé cuántas manchas de lo que puedan imaginar que ni las esporádicas lavadas han logrado quitar. Creo que la mejor forma de describir ese color es: percudido, nada más.
Y aún así, pese a todo su desgaste, se mantiene firme y seguro en lo alto del librero, mirando pasar el tiempo y cómo su antigua dueña, acelerada, juguetona, tímida y activa crece y hace su propia familia.
Algunos compañeros están con él, en las alturas, viendo la vida pasar sin esperar cambios notorios. Al conejo Remi lo acompañan Ben, el oso inglés; Good, el oso gringo regalo de una amiga a la que sólo he visto una vez en la vida; un robot regalo de mi abuelito que dejó pronto de echar humo y caminar pero que es un tesoro que no quiero perder.
También viven allá arriba un changuito rosa que me dio en un cumpleaños mi primer ahijado... le bautizó como Diego, que era el recién nacido en turno, pero en verdad nunca supe cómo ponerle; el reno Blitzer que me regaló Montse en una Navidad y el que fuera el juguete más amado de Bor durante muchos años: su amado ratón, aunque luego fue destronado por su Garbage... ups, perdón, su Cabbage Patch.
Sin embargo creo que en ese sitio de honor también podrían estar una alcancía que me regalaron en Serfín hace mil años por ahorrar más que todas mis compañeras en el Paseo. Era un búho morado con birrete... me costó trabajo deshacerme de él, sobre todo porque estaba en muy buenas condiciones, pero era el momento de irse.
También colocaría ahí un tren que me dio mi abuelito, quien siempre supo entender que prefería una pelota a una muñeca y unos patines a un juego de té... ¡gracias!
Supongo que un día también llegará a ese lugar mi famoso Memo. Ya sé, ya sé que originalmente se llama Elmo, pero cuando apareció en casa los sobrinos lo bautizaron así, con el nombre de su abuelo paterno, don Memo. Así que mexicanizó su nombre y se convirtió en apoyo, compañero y refugio de los chiquillos. Sin embargo su valor no reside en ese hecho, sino en que fue el último muñeco que me regaló mi papá.
Al principio no creería que ese mono rojo de manos y patas largas y con nariz naranja podría hacer feliz a una joven de veintitantos (no digo la edad precisa porque no lo recuerdo, calculo que serían 28 o 30), y aunque sí me gustaba el muñeco fue el hecho de que me lo diera él en la mejor fecha del año lo que lo convirtió en el favorito.
También recuerdo otros muñecos que podrían acompañar a Remi, Ben y Memo, aunque sean ajenos: la citada Garbage, una negrita cucurumbé que pertenecía a Jo, el Micheloso de Cris y su familia de pericos y cotorros (Cracovio, Varsovio y Cayetano Zakopane), la sufrida muñeca de Mon (cuánto aguantó), las máscaras de luchadores de Pablo y la bicileta de Gualusilla.
Recuerdo también al oso de Alfonso, que muchísimos años fue intocable y le causó mil lágrimas su desaparición, así como el pitufo de Marita, el Toso de Pau, los carritos de Diego con su infaltable “Macuin” (en lo personal prefiero el auto de Batman que le dio su padrino), las bebés de Anita y muchos, muchos más.
Seguramente los dueñas pondrían a esos juguetes y otros más en el sitio de honor, pero para mí esos son los más representativos de mi infancia y la de mis familiares... ¿tú a quién pondrías?

julio 23, 2009

Veinte años y más de siete vidas

Llegó a casa escondida en una mochila, con no más de una semana de nacida y mucha hambre, como se comprobó en su primera aparición pública ante la dueña del hogar cuando un ratón seguramente de su misma edad pasó corriendo frente a ella.
Aunque se había dicho que no habría más gatos en la casa, sobre todo después de algunos tan memorables como Morgan, D'Artagnan, Cocas y el efímero Sambigliong, por sólo citar “los buenos”, no hubo más remedio que darle cabida en ese cuasimanicomio.
¿Quién iba a creer que el nuevo individuo flaco, largo, testarudo y vestido de gala iba a entrar en ese selecto grupo y que viviría más, mucho más que todos sus antecesores?
Lo que es aún más asombroso es que a sus ahora casi 20 años, esa gata negra de mentón, pecho y patas blancas ha logrado sobrevivir a dos seudodefensoras de los derechos de SU animal, a la que le cortaron el pelo de la cola para que quedara como un chorizo, al igual que los bigotes “porque los tenía muy largo”e intentaron quitarle “esas basuritas que tiene bajo las patas”, afortunadamente sin éxito.
Esas dos “súper defensoras” la bañaban con champú y acondicionador para que tuviera un pelo brillante y suave; también se metían en una pelea de perros y gatos cuando la creían en peligro, con el esperado desenlase de un par de locas mordidas y vacunadas... y una gata a salvo.
También debió enfrentar a una iracunda adolescente con quién sabe que rencor contra la recién llegada, con la que se desquitaba a patadas hasta que fue amenazada con recibir de alguna hermana el mismo castigo que ella recetaba a Ken.
Su nombre no va acorde con las costumbres hogareñas de dar a las mascotas nombres de aventureros, espadachines, piratas; no sé a quién se le ocurrió, no sé porqué aceptaron algo tan ridículo, no sé porqué no imperó la razón, pero finalmente fue bautizada (sí, fue bautizada por niñas católicas amantes de sus gatos) como Que-negra-estás, o simplemente Ken. o Kenuchis para los más allegados.
Pero vivir en esa casa tuvo sus consecuencias. Se volvió tan caprichosa que aunque estuviera abierta la puerta, ella exigía a maullidos que se le dejara salir a través de una ventana: también se le vio varias veces arrojarse de una ventana hacia el jardin... piso y medio abajo.
Los perros de la zona le temían. En la casa del vecino de enfrente iba a bravuconear y hostigar a un can alto, negro y fuerte que encerraban en el garage. Silenciosamente Ken se subía a una barda y de imprevisto saltaba sobre el lomo del perro, le clavaba las uñas y luego regresaba al resguardo del muro y caminaba presumida de su hazaña mientras el perro enloquecía abajo.
También era sabido que aquel otro cánido que semejaba a un Alaska, aunque nunca quedó mejor dicho que era un A-las-ca-lles (de mi cuadra); creo que vivía atemorizado y salía corriendo al ver al temido felino acercarse. Ken se acostaba justo donde el perro había estado antes, sobre todo si era debajo del durazno.
Y si los perros le temían, hemos de reconocer que algunos vecinos lo odiaban, no sin razón. Imagínense la cara de mi madre cuando la señora de enfrente le contó que esa Nochebuena no comieron pavo porque el que habían preparado desde hacía dos días fue hallado en la mesa de su comedor con un invasor vestido de frac encima que cenaba sin la familia anfitriona.
Loca, provocativa, precoz, cazadora astuta, aventurera, callejera, perseguida, abusiva, manipuladora y maniática, Kenuchis llega a una edad inverosímil para un gato doméstico, que usualmente viven de 12 a 15 años; mucho tiempo ha que ocupó y tiró sus siete vidas.
No sé cuánto tiempo vivirá, pero es obvio que por más cuidada que esté ya no será mucho más. Por ello va este pequeño recuerdo para esa gran bribona que nos ha acompañado en nuestras andanzas con más garbo e inteligencia que cualquiera de sus congéneres... y de los míos.

julio 16, 2009

aprendizaje lingüístico a domicilio

En los últimos dos años y medio he debido aprender, muchas veces entre risas y otras en mera defensa propia, una gran cantidad de palabras que yo no sé si realmente existan, son invento familiar o simplemente surgen de la necesidad de decir algo sin que los demás se sientan agredidos, ofendidos o siquiera aludidos.
Ya antes había pensado hacer una lista con aquellos términos que mis padres decían frecuentemente y que muchos años después caímos en cuenta que los extraños al círculo familiar no comprendían.
No teníamos empacho en pedir en un restaurante "¿me da las simiricutanzas?" para acompañar al pozole, en lugar de tener que solicitar rábanos, cebolla, orégano, chile piquín y demás especies que suele usarse en dicho guisado... eran demasiadas palabras cuando una sola podía englobarlas.
También hacíamos burla cuando a las dos de la mañana el pater familia exigía su "piscolabis", que bien a bien no sabíamos si significaba "el bis" de la cena, un alimento entre comidas, un tentempie o simplemente el apodo dado a su gula.
Las "pichanchas", en cambio, eran todas esas cosillas que tenían alguna utilidad para la mecánica, la plomería, las reparaciones caseras, las herramientas de la bienamada "Rodolfina", los utensilios de jardinería y demás piezas para arreglar que seguramente tienen nombres particulares como llave, martillo, pinza, pala, rondana y empaque. Pero en este caso mi madre las sintetizaba en "pichanchas"... mejor si se trataba de piezas pequeñas.
Pero, como les decía, mi acervo lingüístico aumentó cuando conocía al ahora afamado "Yus", quien es capaz de mandar a todos a la "jojornia" sin el menor empacho; de extender la polisémica "pichancha" a la más genérica y ambiciosa "tarugada", y de expresar su desdén con la emblemática frase "no, pues miau".
El chico no se conforma con apodar a los objetos o seres con los que se topa en su camino; no, ha de dirigir sus misiles también contra sus nuevos familiares como "la Murci", "el Engendro", "el Gnomo", "la banda de los Pacos" y "la Número uno, uno, uno".
Eso además de agregar algún calificativo misterioso como "de po" para todo lo que considere una "po"-rquería. Si las cosas son peores dirá que está putrefacto.
Como me sabe alérgica a las vulgaridades y a las groserías no le ha quedado más remedio que sintetizar sus frustaciones con frases como "está de la efe" (aunque es más grave si está de la efe jojornia) o de plano hablar en inglés, que entiendo perfectamente pero prefiero reírme de cosas como “caca de toro” que enfadarme con otros términos.
Seguro hay muchísimas palabras más que el uso cotidiano las han hecho normales y comprensibles, pero describir cada momento en el que son utilizadas realmente sería desgastante. Así que por lo pronto lo dejaremos así. ¿Recuerdan alguna más?