noviembre 25, 2008

el rey de las manías

Mi abuelo era el rey de las excentricidades y las manías, Jamás podré olvidar esas visitas a su departamento, en el que teníamos prohibido pisar dos mosaicos del piso porque estaban cuarteados en forma de cruz y no podíamos poner los zapatos sobre "una cruz como en la que murió Jesús".
Ir al baño era toda una maniobra. Para empezar en cuanto llegábamos a su casa debíamos pasar directamente al baño, tomar un jabón y lavarnos las manos con el agua de la llave, pues teníamos las manos "sucias de la calle"; después era preciso que tomáramos otro jabón, "el de casa", y nos enjuagáramos con agua hervida que tenía a un lado en una palangana, pues ya estábamos dentro y no quería que lo ensuciáaramos con bichos de afuera.
Una vez que hubieras utilizado la taza del WC era indispensable primero jalarle a la palanca para que se vaciara la caja y después echarle una cubeta de agua hervida que tenía preparada para esos casos. Una vez más, la razón eran las bacterias.
Y si tenías hambre o él quería invitarte a comer algo en su casa, debías pensarlo seriamente o no esperar algo suculento, pues almacenaba todas sus mañas en el refrigerador.
Era ahí donde guardaba sus platos, vasos y cubiertos a los que, por cierto, no había lavado con agua y jabón como en el resto del orbe; noooo, eso sería terrible, en lugar de actuar así él limpiaba primero todo con servilletas de papel y después los enjuagaba con alcohol; una vez libres de bacterias, todo iba a dar al refrigerador.
Claro, ahí no cabía nada de comida, y tampoco pretendía juntar los utensilios de comida con los alimentos, ¡cómo creen! Esos debían permanecer en el congelador.
De ese extraño sitio recordamos con ternura y frío unas salchichas que agarrábamos con servilletas, pues nuestras manos eran incapaces de mantener asidos esos tubos congelados, que era imprescindible raspar con los dientes si querías "saborearlos", pues no había modo de cortar un pedazo con los dientes, mucho menos masticarlos.
De ahí también salía queso congelado, pan congelado, jitomates congelados, carne para hamburguesas congelada y, algo que nunca faltaba, tabletas de chocolate Abuelita... desde luego congeladas.
Pero lo peor era beber leche, pues una vez que la sacaba del congelador la dejaba hervir hasta que se desparramara por la hornilla y una vez hecha la "pasteurización doméstica", la dejaba nuevamente chorrear para estar completamente seguros de que estaba lista y apta para ser ingerida.
Las manías no paraban con las bacterias. Recuerdo muy bien estar frente a su biblioteca dispuesta a leer cualquiera de esas joyas cuando me dijo "nunca leas novelas, no sirven para nada. Mejor lee libros de filosofía, de religión, de ética o de cooperativismo, eso sí te servirá en la vida". ¿Se imaginan su cara cuando le dije que iba a estudiar periodismo" Jajajaja

Qué vida aquella, ante su recuerdo sólo queda sonreír y pensar "te extraño, abuelito"... aunque también podía quedar la frase "qué extraño abuelito".

noviembre 07, 2008

Dolor en el alma

Hacía muchísimo tiempo que una semana no me dejaba así, apaleada, temerosa, con mil detalles en la mente que quisiera jamás haber sabido… mucho menos imaginado.
A muchos les parecerá cursi, absurdo o ridículo que una noticia como el accidente aéreo en el que murieron el secretario de Gobernación, Juan Camilo Mouriño, y otras 13 personas me halla afectado tanto, sobre todo después de trabajar durante tantos años historias de horror, guerras, accidentes, matanzas, violencia individual y en masa de todos los niveles y extremos.
A lo mejor sólo es que estoy cansada, o que ya estoy harta de decir “sólo hubo tantos muertos, no estuvo tan grave como cuando pasó xxx, esa historia se repite aquí y en otras partes del orbe, ese caso en una semana nadie lo recordara”.
Entonces creía que era demasiado desalmada, fría, indiferente y ajena al dolor. Muchas veces fui al confesionario buscando un consejo para no sentir y pensar así. En Roma lo encontré. Un padre fue categórico al decirme “Pues Cristo murió por cada una de esas personas”.
Sé que algunos sonreirán y dirán “qué mocha, ¿a poco eso fue suficiente para que dejaras de pensar así?” Pues sí, fue suficiente.
Y esta semana sentí cada una de las muertes, de los heridos, del susto, de la incertidumbre, de los traumas de los testigos, del terror de cada persona y del miedo colectivo.
Me pesa en el alma saber lo que los policías, rescatistas, médicos y bomberos tuvieron qué ver y hacer; me pesa lo que los investigadores están hallando en la zona donde cayó ese Learjet 45 (qué palabras aprende uno en estos casos, ¿no?); lo que los forenses están tratando de hacer para regresarle a familias golpeadas lo que quedó de sus seres queridos… si es que hallaron algo.
Pero no sólo fue el accidente aéreo.
Son los asesinatos de cada día, la violencia del crimen organizado, de las personas que movidas por avaricia, ira, venganza o ansias de poder cometen actos repulsivos que van desde el robo y los fraudes hasta la tortura y los ataques a la honra de las personas.
Es la muerte de personas por el choque de un jet en una zona muy concurrida de la ciudad; las acciones de criminales; las propuestas para aceptar aberraciones como los abortos y los matrimonios entre homosexuales; la iniciativa de legalizar las drogas; la histeria y el terror colectivos que hallaron una válvula de escape en una fuga del aromatizante para gas; las matanzas en Congo; el derrumbe de una escuela en Haití. ¡Caray, hasta la amenaza de un huracán que aún no hace nada!
Y a eso se le suma el cansancio del día a día, el hecho de tener que lidiar con gente que no respeta a los demás, con trabajadores que te quieren ver la cara, con jefes a disgusto con la labor del día, con vecinos que pretenden que tomes partido… Sí, estoy cansada.
¡Gracias papá Dios por estar conmigo!
Es en Él en quien he logrado hallar paz y consuelo. ¿Cómo no iba a ser suficiente?

noviembre 01, 2008

Calaveritas familiares


Gualusilla se reía
al ver a todos correr
para intentar evadir
su partida al inframundo.
“¿De qué te ríes, chiquilla?
-preguntaba la Dientona-
¿no ves que también te
toca, aunque no quieras salir?”
Jaja, respondía Gualusilla,
sin poderse controlar,
“no me río de mi destino,
sino de tu facha fatal,
¿no ves lo ridícula que andas
con sombrero y sin pañal?”

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La Huesuda tuvo a bien
dejar a Pablo al final
al fin lata no iba dar
cuando viniera por él.
Pero eso creyó la Flaca,
quien no hizo su cálculo bien
y cuando por el chico vino
a sus ciberfans debió enfrentar.
“No te lo lleves, Catrina,
déjalo un rato más,
¿no ves que si te lo llevas
no habrá con quién jugar más?”

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Otro difícil de atrapar
sin duda Luis Manuel será,
pues lo mismo podría estar
en el Centro, en Ecatepec o en Hawaii.
La Muerte enfadada está,
ya no quiere a otro perseguir
mejor lo aguardará
en la cocina de su hogar.
El peligro, sin embargo,
es que Luis se ponga a cocinar,
pues con lo rico que prepara todo
la Dientona todo tragará
y ya no podrá su labor continuar.

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Un huracán a lo lejos
la humanidad vio llegar
temiendo que fuera la Muerte
todos a sus casas fueron a dar.
Pero esta vez no fue la Parca
la que causó el estropicio,
fue el loco de Chema
con su singular actuar.
¡Quién lo iba a imaginar,
que la Calaca escapara
de un chico tan singular
que ni a ella respetaba!

octubre 24, 2008

Absoluta felicidad

¿Alguna vez se han divertido tanto que han debido olvidarlo para seguir viviendo en paz en el presente sin quedar atados al pasado?

Yo escarbo en mis recuerdos en búsqueda de aquella vez que aprovechando alguna ausencia de mi mamá sacamos el colchón de una cama, acostamos a alguno de los hermanos en él, la “envolvimos” en el colchón cual quesadilla, agarramos las esquinas que quedaban hacia abajo y echamos a correr por als escaleras de la casa arrastrando el bulto del que dos pisos abajo salían carcajadas, quejidos y una cara de absoluta felicidad.

O cuando simulábamos, sin querer, ser una bandada de bandarlogs, el pueblo sin ley que formaban los monos en el “Libro de la selva” del maravilloso Rudyard Kipling.
Los clósets de nuestras recámaras eran enormes, de pared a pared y de techo a piso, con cuatro o cinco puertas que literalmente usábamos de lianas. Nos trepábamos a la parte alta, nos sentábamos en las puertas y nos empujábamos, abriendo y cerrándolas para ir de una esquina a la otra, siempre sentadas en las puertas, que aún no comprendo cómo no se vencieron por el peso de siete escuincles vocingleros.

También podíamos estarnos quietas, sentadas las largas horas de la tarde, calladitas… con las tijeras en una mano y las revistas de mi mamá en la otra.
Primero escogíamos quién iba a ser el papá, la mamá, los abuelos y los 15 a 20 hijos en promedio por jugadora, que casi siempre se limitaban a dos: Mariana y yo.
Luego de formar la familia, escogíamos por turnos las recámaras, un cuarto por hijo; salas, comedores, cocina, salón de juegos, gimnasio, automóviles, chimeneas y cuanto mueble es anunciado en panfletos, revistas de moda, y hasta en National Geographic. Ya decidida la vida, comenzábamos la matanza.
Nunca entendí porqué mi mamá hacía tanto alboroto cuando hallaba sus pedazos de revistas y a las dos hermanas hartas de cortar y “arreglar las casas” jugando en la calle mientras las familias se quedaban tiradas en el suelo, abandonadas y sin viso alguno de que fueran a jugar con ellas. El chiste sólo era escoger y cortar, lo demás ya no importaba.

Historias de juegos tengo por miles… algunas las tengo presentes y otras, la gran mayoría, me las recuerdan mis hermanos, pues yo en alguna etapa de mi vida decidí meterlas bajo 27 llaves para no añorar esa vida por el resto de los años que me quedan, que calculo sumarán 93 para no perder la tradición familiar.

¡Ah, qué feliz he sido!

octubre 13, 2008

Estoy hueca

Estoy hueca. Tengo días pensando sobre qué escribir, alguna anécdota, algún recóndito pensamiento, algo de algo… pero nada.
Estoy hueca y no sé porqué. Ni me agrada, ni me molesta, sólo me confunde. No suele pasar, pero cuando me vacío no hay forma de llenarme sino es por algún detalle de esta mi vida que nada tiene de loca.
Estoy hueca. No importa que naciera Valentina, que un nuevo bebé esté por ver el cielo, que se haya dado de gritos durante El Grito, que cambiara mi horario. No importa, sólo sé que estoy hueca.
El único remedio para esta oquedad está a 10 pasos de mí, clavado en una silla sintiéndose Niky Lauda… pero creo que no sabe qué poder tiene sobre mí. Ni modo, seguiré hueca.

septiembre 29, 2008

Machete sobre ruedas

“Estuve a punto de matarlo, pero había demasiada gente y no pude hacerlo”, comentaba risueño el taxista, hombre de 76 años, voz cascada e inquieta mirada.
Aunque a golpe de vista parecía serio, con la tranquilidad propia de una persona que lo ha visto casi todo y que ya sólo espera el reclamo de la naturaleza, que toma lo que parece nuestro pero que nunca dominamos, lo cierto es que su espíritu combativo salta en cuanto oportunidad hay.
Dicharachero y hasta coqueto, cuenta con orgullo sus aventuras al volante. Como aquella vez en que un par de jóvenes quisieron asaltarlo y para quitarle sus pertenencias le mostraron un cuchillo.
El anciano, que en ese entonces ya lo era, respondió sacando de abajo del asiento un largo machete para la siembra que en su juventud había sido herramienta y ahora era defensa. Los agresores escaparon, dejando en el carro su arma, su fama y el fruto de sus atracos.
Otra vez, el machete fue su lanza y el vocho verde, su Rocinante. Caballero de la Triste Figura, más por facha que por complexión pero tan osado como el hidalgo de La Mancha, vio de lejos cómo dos automóviles emboscaban a otro y tres malencarados pretendían plagiar a una joven. Nuestro aventurero en ruedas les lanzó el carro, bajó con su arma y espantó a los malhechores, tras lo cual recogió a la aterrada Dulcinea y la puso a buen recaudo, olvidando en su aventura al impactado pasajero que aguardaba en el taxi el fin de sus andanzas.
Dos veces le han asaltado: su machete fue inútil contra la pistola junto a su sien y contra dos drogadictos que lo llevaron hacia su pandilla para golpearlo hasta dejarlo inconsciente.
Una vez recuperada la salud pretendió recobrar su orgullo yendo a buscar a sus victimarios. Preguntando por ahí se enteró que uno había muerto en la cárcel y el otro deambulaba por el barrio. Su oportunidad para cobrarse el susto surgió al hallarlo durmiendo la mona en una banqueta.
“Pensé en pasarle el coche por encima, pero había público y no me atreví”, comenta aún enfadado el infeliz aventurero, que recorre la ciudad acompañado por su machete y sus ansias de servir.

septiembre 10, 2008

Absurdos infantiles

- "Cuando yo sea grande quiero ser Narcisa": una niña de 4 años hablando sobre la empleada doméstica.

- "Mamá, ¿verdad que don Pablo es mi abuelito": otra niña de 6 años que así manifestaba su amor por el jardinero.

- "Ya sé lo que seré de grande. Primero voy a ser sacerdote, luego obispo, luego cardenal y finalmente llegaré a Papa": algún chico amante de Dios pero del todo alejado de la teología.

Ahora unas traducciones al lenguaje de los peques:
1.- patrullar: atropellar
2.- coboloto: columpio
3.- ¡ságolo!: déjalo (un hermano defendiendo al otro de sus amieladas tías)
4.- tonterería: tintorería
5.- lete: leche
6.- primpesas: princesas
7.- cocótero: helicóptero
8.- pata de conejo: rábano (aún no comprendo porqué)

Algún día intentaré escribir una historia con esto, pero hoy no tengo idea qué hacer con esta cultura infantil.

Saludos

agosto 26, 2008

La suma de las Bellas Artes

En el ser y en el hacer de mi madre siempre han estado presentes cine, música, danza, literatura, arquitectura y, por encima de todas y la que forma parte de su esencia por vocación, la pintura.
No recuerdo momento alguno en el que ella no tratara de hacernos sentir la vida a través de la mirada de alguno de esos grandes hombres cuyos nombres perduran por su creatividad y su virtuosismo, o de aquellos desconocidos que tuvieron la sensibilidad de dejar al hombre su visión.
Cada uno de ellos ha impreso su sello en ella, la ha envuelto y la ha convertido en una inspiradora musa.
Por eso considero que ella es la dulzura de Debussy en el Rincón de los niños, la grandiosidad de Tchaikovsky en su Overtura 1812, la claridad de Fedro Grofé en la Suite del Gran Cañón, el paso marcial de Respighi en Los pinos de Roma y la fuerza de Wagner con El anillo de los nibelungos y su favorita, Tristán e Isolda.
Sin embargo también puede ser la divertida locura del Bule Bule, la navidad veraniega de Mame, la evocadora maternidad de Summertime y el terror de Mussorgsky en Una noche en la árida montaña.
Ahí es donde se funde con el cine y la danza para acabar por convertirse en protagonista de Amor sin barreras, South Pacific, Lo que el viento se llevó, Mame, Erase una vez en Hollywood y todas aquellas en las que participaron Gene Kelly, Fred Astaire, Ziegfield…
También se las ingeniaba para enseñarnos que un detalle puede convertir una simple casa en un templo para admirar. Sus excursiones favorita eran visitar museos, recorrer el Centro Histórico para mostrarnos cómo una piedra, un candil, un mural pueden hablar de historia, de imaginación y de belleza.
Cuando el dinero escaseaba, se conformaba con recorrer las calles y desde la ventana del coche señalar capiteles, cúpulas, arcos y hasta lo que podría considerarse como “la simple herrería”.
Pero no se limitaba a mostrarnos una faceta del arte, pues de un hombre como Miguel Ángel Buonarroti primero nos atraía con relatos sobre su vida, luego alentaba a conocer sus obras a través de libros que convirtió en tesoros, nos fomentó a leer La agonía y el éxtasis (de Irving Stone) y hasta a ver la película con Charlton Heston y Rex Harrison.
Además jamás ha faltado un libro en su buró, pues aunque ahora asegure que ya casi no ve, que se le olvida lo leído la noche anterior y que cada día tarda más en terminar un libro, ella sigue aferrada a las historias atrapadas en palabras.
Su afición por la lectura se mezcló con su habilidad para despertar la imaginación de su prole, por lo cual la otrora amplia biblioteca familiar se ha visto reducida con el tiempo tras lograr que casi todos sus hijos quedaran atrapados en las letras y dividieran la colección que durante años logró hacer.
Por culpa de mamá, la tropa se ha convertido en pirata de Mompracem; ha explorado algunas cuevas siguiendo a Arne Saknussem; ha peleado a lado de Incubu, Macumazahn y Bougwan; dado la vuelta al mundo; se ha calzado los zapatos rojos de Dorothy, llorado con las Cartas de Nicodemo, sufrido con las Noticias de un Secuestro, acompañado a Gulliver y a Marco Polo.
No es de extrañar que los gatos de su familia fueran identificados como Morgan, D´artagnan, Sambigliong…
Sin embargo, por sobre todas las cosas, mi madre es la pintura. La vive, la padece, la transpira. Dejó a un lado las pocas horas de su sueño para sumergirse en el mundo de los pinceles, las marialuisas, los trazos y el carbón.
En algún tiempo incluso convirtió lo que era su mayor placer, distracción y virtusismo en el sostén del hogar. Rápidamente los muros de su casa se convirtieron en sala de exposición y terminó por adornar las casas de hermanos, hijos, amigos, vecinos y hasta desconocidos.
Su gusto por la belleza y su sensibilidad se convirtió en una escuela y por eso considero a mi madre como la suma de las Bellas Artes. Tal vez exagero, pero así la veo.

agosto 20, 2008

Por siempre Barney

Como a toda familia que se digne de ser centrada y medianamente inteligente, aquel famoso dinosaurio de voz alelada y panzón nos caía directamente proporcional a lo que parecía pesar… como una tonelada.
Sin embargo acabó por entrar a nuestras vidas y marcarnos por siempre. Y no es por aquella canción creada al más puro estilo de Cristina (una de las tantas hermanas) que decía algo así como:

“Barney es un dinosaurio
farmacodependiente,
cuando se emborracha
es realmente impertinente.
Fuma de la verde
y le entra al aguardiente…”

No recuerdo el final, pero cómo nos gustaba cantarla cuando veíamos a aquel bodoque barrigón. Ni porque a los sobrinos les gustaba se la perdonábamos.
Pero volvamos a lo anterior… no fue por la pegajosa canción. La culpa la tuvo mi padre, aunque no por que él quisiera.
Cierta vez mi hermana Mariana entró al cuarto donde él estaba viendo la televisión y que, como siempre, quería ver todo y no dejaba ver nada. Ya lo pueden imaginar: sentado en su silla de metal, con un enorme vaso con hielos al frente y “el poder” en la mano. Estaba cambiando de canal cuando Mariana entró… pero ella sólo alcanzó a ver al dinosaurio morado en toda la pantalla.
Ese fue el momento fatal para mi pobre padre.
-¡A mi papá le gusta Barney! ¡A mi papá le gusta Barney! –comenzó a gritar a todo pulmón Mariana con esa típica tonada de niña molestona.
Pobrecito de mi padre, en un momento aparecieron varias cabecitas a su alrededor que acompañaban a la vocinglera hija en un concurso de a ver quién se podía hacer escuchar en el fondo de la calle. Mientras él, desesperado, quitaba semejante fenómeno de la pantalla y aseguraba que no, que sólo le estaba cambiando de canal, que no soportaba al mentecato morado, que era un maricón y que callaran, por piedad, los gritos iban subiendo de volumen.
Claro, todos nos enteramos que a mi papá le gustaba Barney… y jamás pudo deshacerse de él.
Cada vez que aparecía en la tele, toda la tropa aullaba a su alrededor “¡A mi papá le gusta Barney!”, para enseguida entonar la canción del farmacodependiente borracho.
Alguna ocasión mi papá anunció que saldría de viaje, a un retiro espiritual… ¿pero cómo podía irse tan fácilmente y abandonar a SU Barney? No, imposible, algo tenemos que hacer, pensó alguna abusiva.
Ese “algo” se convirtió en un inflable de 40 centímetros de altura que se compró a algún globero en la calle. Cuando ya estaba todo listo para que partiera, alguna mano veloz introdujo el muñeco desinflado en la maleta, “para que no se sintiera solo”.
Al llegar al retiro, las carcajadas de sus amigos no se hicieron esperar. Pero lo asombroso no fue eso, sino que todo acomedido, mi padre infló el muñeco y lo sentó en la almohada para que custodiara su cama. Quien lo conocía no hacía más que sonreír y comentar “ay, este Beto y sus ocurrencias”; quienes apenas tenían contacto con él no sabían qué pensar. La historia del señor Ponce y su dinosaurio trascendió paredes, la casa y yo creo que hasta el estado.
Ese no fue el único paseo de Barney… paseó infinidad de veces, salió de viaje y apareció en los lugares más insospechados: sobre su cama, en la famosa Rodolfina, en la sala mientras oía a su compadre Betho(ven), en el puff donde subía los pies, en el sillón de la sala de su madre, en el cajón de sus calcetines… vaya, creo que hasta en el refrigerador se le presentó. No pudo escapar de él ni estando muerto.
Varios años después de que mi padre falleciera, en una visita a casa de las hermanas de mi mamá, sacaron un álbum de recuerdos, y entre ellos surgió un sobre.
-¡Mira, el sobre de Beto! Como sabíamos que le gustaba Barney, comenzamos a cortar cuanta imagen salía en las revistas para entregárselos algún día. Jamás nos acordamos de tirarlas cuando él murió –comentó una de ellas.
Creo que las carcajadas de sus hijas lo han de haber despertado de su sueño eterno. Hasta muerto el famoso Barney lo fastidiará.

agosto 11, 2008

Un vecino como cualquier otro

Su casa era sitio habitual de reunión para los chicos, a pesar de que las mamás no confiaban en él. Formal y respetuoso con los adultos, su trato desparpajado y sus locuras le hacían el centro de plática en las reuniones.
No se podía dejar de comentar sobre su cachorro de león, que paseaba libre en el jardín. Menudo susto se llevaron los vecinos cuando una noche le oyeron gritar. Temiendo algo terrible, se asomaron a la ventana para descubrirlo medio ebrio, casi desnudo, con una silla y un cinturón en la mano, vociferando que había llegado la hora de domar al animal.
Los vecinos no paraban de reír al verlo tambalearse y golpear la silla con el cinturón, mientras el leoncillo bostezaba y volvía a echarse sin hacer caso a aquel tipo en calzoncillos.
Se rumoraba que era narcotraficante, que él administraba los “negocios” de la familia. Él jamás lo negó, pero tampoco dijo que sí. No le importaba.
De repente se le hizo costumbre contratar a un mariachi cada miércoles, de una a seis de la mañana y colocar a los músicos en una pequeña glorieta a mitad de la cerrada. Algunos decían que llevaba serenata a su vecina de enfrente, señora casada que a él le parecía exquisita. Como no podía abordarla, le cantaba desde lejos. Eso duró más de un año.
Cuando alguien le preguntó porqué lo hacía, él respondió que las noches del miércoles eran demasiado silenciosas y la calle estaba muy vacía.
Un día se supo que había muerto en un accidente vial. El león se quedó en su rancho y la casa se la heredó a los mariachis que tocaban cada miércoles. La gente lo extrañó.

julio 29, 2008

Vidas atormentadas

Ha comenzado a llover otra vez y el sonido del agua retumba en mis oídos y en mi corazón.
La noche es hermosa y anima a recordar, a revivir momentos alegres yespeciales. Mágicos. De aquellos que guardamos en el alma para de vez en cuando sacarlos, desempolvarlos, sonreír un rato y volver acomenzar.
La vida es más dura de lo que a Dios gracias solemos recordar. Pero también es como esa maravillosa tormenta, que nos hace brincar al oír un trueno, asombrarnos por los bellos rayos y nos lava el alma con gotas pesadas que terminan de caer cuando consideran que han limpiado los restos sucios y desagradables que la existencia nos deja.
Que Dios les permita ver muchas tormentas y, mejor aún, empaparse con ellas.
Que Dios les dé muchos momentos mágicos que les permitan comenzar cada vez que se sientan perdidos, solos y limitados.
Que Dios les llene de días luminosos, llenos de risas y cantos, de brazos amigables y besos suaves, profundos y cálidos.

julio 11, 2008

Actos de amor

La vida normal de cualquier persona está llena de risas, llantos, emociones y deseos que muchas veces pasan al olvido, pero hay momentos que quedan impresas en el recuerdo y en el corazón por surgir en situaciones críticas, por venir de alguien con la que creíamos no contar, por tratarse de actos de amor.
Como aquel hombre joven, flaco, con la necesidad marcada en el cuerpo pero con el rostro lleno de agradecimiento. Llegó una tarde a un centro de acopio de la Cruz Roja donde se recibían artículos para ayudar a habitantes de Acapulco afectados por el paso del huracán Paulina. Estrechó la mano a todo aquel voluntario que encontró en el lugar y dio las más sentidas gracias por su labor.
Luego contó que él había perdido su casa y su trabajo por la inundación, que varios días no había sabido si su familia vivía o si tenía qué comer, pero con la ayuda de mucha gente recobró a sus parientes, tuvo techo y alimentos; por ello en cuanto pudo subió a uno de los tráileres que habían llegado con cosas para los damnificados con el único objetivo de agradecer a cada uno de esos desconocidos que sin conocerlo ni saber lo habían rescatado.
O aquella persona que sólo veíamos en la escuela cuando daba clases o iba a recoger a su hija, pero que ayudó a una chica que temblando llegó a su hogar después de ser agredida y perseguida por un pervertido sexual. Paquita la protegió, la dejó que se desahogara, la calmó y le brindó su amor para después llevarla a casa y entregársela a su madre sin decir nada más que “ella ya está bien, no pasó nada”.
Los más grandes actos de amor no son aquellos que te regalan tus familiares, amigos o compañeros, sino aquel desconocido que sin saber quién eres, cómo piensas ni en qué crees son capaces de hacer algo por ti sin condición y sin esperar recompensa alguna.
Este viernes he sido testigo de un gran acto de amor, no para mí sino para alguien que quiero. Una compañera de trabajo se enteró de que mi hermana perdió un bebé por segunda ocasión y me entregó lo que para algunos es un simple detalle, pero que para mí es un regalo conmovedor, lleno de bendiciones, de abrazos, de paz y de esperanza.
Yazmín me dio consuelo cuando me vio abatida por María, ese ser que no nació, y por Juan y Cris, que lloran lo perdido y temen se repita ese dolor. Luego de abrazarme fuerte, de hablarme bajito, de contarme su experiencia y animarme me entregó una pequeña muñequita, “güerita como ustedes”, que ora con sus manos juntas.
“Es para tu hermana. Cuando se sienta afligida, cuando tenga ganas de llorar y de gritar, cuando se sienta sola, triste, que no puede más, dile que la abrace y que le hable, que le cuente todo lo que siente y piensa, aquello que teme decirle a los demás por no escandalizar, por no ver caras largas, porque no quiere compartirlo. Ella le ayudará”. Estoy segura que Cris lo agradecerá y que recibirá ese amor de una persona que nunca ha visto, que ignoraba su existencia, pero que la quiere sólo por ese dolor. A mí ya me ayudó.

junio 11, 2008

Canciones para la vida

Una sola letra en labios de mi mamá se convertía en un arrullo que hoy atesoro y extraño, pues su "mmm" agudo y bajito con el que tarareaba "El rincón de los niños" (suite para piano de Claude Debussy) tranquilizaba y convertía el ajetreado día en un momento íntimo en el que sentía su calor y su amor.
Mi padre, en cambio, alejaba el letargo matinal con un vocinglero y estruendoso "O fortuna, velut Luna..." de Cármina Burana que nos acompañaba en todo el recorrido hacia la escuela y del que a unos causaba azoro y risa, mientras que a nosotras nos apenaba. Lo cierto es que con el tiempo acabamos acompañando sus cantos.
Embelesado ante la Rapsodia en Azul de George Gershwin o bailando alrededor de la mesita de la sala con mis pies en sus zapatos brillantes y canturreando Ramona, mi abuelito Delfino crecía ante mis ojos.
Sé que Mamanita canturreaba todo el día mientras hacía sus labores domésticas, pero yo recuerdo más un día en que quisimos estrenar el nuevo aparato. Como tardaba en sonar, creímos que no tenía volumen y le subimos. Menudo brinco dimos ambas cuando las trompetas anunciaron a toda la calle nuestra ignorancia al ritmo de las fanfarrias de la 20th Century Fox.
En cambio abuelita Tencha era un reproductor constante de toda clase de canciones. Iniciaba el día con Las Mañanitas, que entonaba en honor a la Virgen María mientras tendía su cama, y a lo largo del día la escuchaba alegre con el "Tipitipitín, tipitín. Tipitipitón, tipitón. Todas las mañanas bajo su ventana canto esta canción".
Haciendo memoria nos contaba que le cambió la letra a una canción, que ahora sé que se llamaba "Martha", para que dijera "Beto, capullito de rosa. Cris, del jardín linda flor" en honor a sus hijos. Y al estar próxima al que fuera su destino no faltaba la famosísima "Ya vamos llegando a Pénjamo".
Pero la hilaridad se desataba entre las nietas aquellos sábado en los que se reunía con sus hermanas, primas y amigas, que azoradas pretendían callar a una de ellas que escandalizaba al entonar una canción que decía "ese amor es mi hombre, es mi amante sincero... ¡Es mi hombre!"
También los niños teníamos nuestras particularidades, desde el jingle “Nueeeva leche búlgara Danone, sabrosí-í-í-ísima” que mi padre odiaba, hasta “La puerca negra” que se convirtió en un clásico del ingenio de Mariana.
Pablo atosigó con la obra “Cuando era niño” de Armando Manzanero; Jo y Paco con “Unchained melody” a la que consideran su canción; Eva se hizo odiosa con “La puerta de Alcalá”, pero desquició a sus compañeras de cuarto y de casa con un casete
Gualus aburría con tanta trova y el disco de éxitos de Mocedades que sonaba cada 45 minutos hubo que ser enviado al exilio antes de que mi padre olvidara que Montse también era su hija. Pero el horror lo monopolizaba Cristina, que no tenía parangón al moverse al ritmo de “mi Matamoros querido…” o peor aún con “Tuvimos un sirenito…” de Su maestro Rigo Tovar.

junio 04, 2008

Historia de un desayuno

¡Ahí está el restaurante! Uff, ya son las 10:35 pero ya llegué. Había pensado llevar la listas de asistencia que aún guardo para recordar a todas, además de fotos y algunos recuerdos que tengo, pero ya no hubo tiempo. Ya será para la próxima.¡Qué emoción, tenía muchas ganas de verlas a todas!
-Señorita, ¿una reservación a nombre de Alexandra Roux?
-Sí, por aquí.
Vuelta a la izquierda, unos pasos y atravesar una puerta. ¡Ah, ya llegó Roux! Pobre, tenía cara de preocupación. Estaba con su esposo Julio, su enorme y guapa Alexia con su "pegoste" (léase novio) César, las gemelas Fer y Pau muy bien peinadas y ansiosas por ir a los juegos, además del pequeño Pato en su silla.
-Hola, qué bueno que llegaste. Espero lleguen todas porque reservé para 30. Mejor les digo que sólo nos dejen dos mesas, ¿cómo ves?
La organizadora estaba nerviosa y yo trataba de calmarla.
-Tranquila, ya llegarán, recuerda que es domingo y se levantarán con calma, no te preocupes.Decidimos que las niñas desayunaran y comenzamos la danza de las 103 vueltas: de la mesa, al otro salón. Primero café para los grandes, una ronda para ver que había, otra para ir por los jugos, una más para ver si ya habían vasos, una más para escoger la fruta y una ida más para, por fin, servirnos jugo.
En eso comenzaron a llegar.Primero fue Adren, muy guapa, con tacones (caray, qué ganas de hacerme sentir chiquita jajaja), iba con su esposo Arturo y su "terremoto" que creo en todo el desayuno no dejo de moverse, aunque bien comportado y sonriente.
No tardaron en llegar Jany y Sandy. La primera vestida con falda laaaarga larga, el cabello lacio y alpargatas, se veía fresca y muy alegre; la segunda es otra... muy guapa con su cabello negro, lacio lacio, delgadísima y con su eterna sonrisa.
Apenas estábamos en los saludos y acomodándose cuando llegó Lilian con sus tres nenes de ojotes grandes grandes y muy oscuros; el bebé dormido en la carreola, no tardó en despertar con el bullicio y a partir de ese momento siempre hubo brazos para él. El mayor muy despierto, inmediatamente identificó a los niños con quienes podría jugar después de desayunar, y la nena con un peinado hermoso de rombos formados con "piojitos" (creo que les llaman así a esos prendedores chiquitos para niñas, ¿no?).
Poco después llegó Rocío con Aarón y sus cuatro lindas nenas vestidas con pantalones de mezclilla y llamativas playeras rojas con estampado de "Thing 1", "thing 2", "thing 3" y "thing 4". La mayor de aproximadamente siete años y la más chica de unos dos años, se veían geniales.
Como media hora después llegó Adriana Gomar con su clon Alexxa, de cuatro años y mirada curiosa que una vez que ubicó a sus "primas" Fer y Pau se sintió más en confianza y dispuesta a jugar sin comer. Nada raro, pues.
Luego de asistir a una junta tempranera, llegaron Marijose con su esposo Paco, la platicona Pily de 10 años y la latosísima Ana Paula, de año y medio. Los otros tres chicos (Mariana, Josemaría y Paco) estaban de campamento así que serán "presentados en sociedad" en la próxima reunión.
Así nos repartimos: en una mesa la familia de Alex conmigo de añadida; aquí se sumó después Marijose y su media tropa. En la mesa de a lado Lilian, Adren y Adriana con sus respectivos niños y maridos, y enfrente Rocío, Sandy y Jany. Como ven, los grupos naturales.
La comida se desarrolló enmedio de muchas idas y venidas, ruegos de los niños para que se les dejara ir a los juegos, un caballero que llenó de globos de todas figuras a los niños (pistolas, coronas, corazones, osos, etc) y ansias por terminar de comer y sentarnos a charlar.
Al fin los niños corrieron y las paseínas comenzarona reagruparse. Recordé esos extraños recreos en los que nos sentábamos todas en un círculo inmenso y quienes se veían más hábiles se agrupaban bajo un árbol. Por alguna extraña razón acabamos sentadas en la única mesa que recibía de lleno los rayos solares. Claro, enseguida aparecieron los abanicos y jugos, cafés, agua, lo que fuera porque el calor estaba fuerte.
Ahí sentadas nos enteramos que el esposo de Lilian tuvo partido de tenis y que ella extraña trabajar en el Paseo, pero que se quedará en casa algunos años hasta que los pequeños hayan crecido un poco más; que Rocío y su familia habían ido a Florida, donde su papá compitió en un triatlón y se compraron sus padrísimas playeras.
También supimos que Pily no vino porque con dos niños, un torbellino de año y medio y ocho meses de embarazo ya no puede más; que Lulú espera poder venir estas vacaciones a México y verlas a todas; que Faby no vino porque se fue de viaje y que está próxima a cambiarse de casa.
Sandy nos contó que tiene una cafetería que poco a poco se va afianzando; Rocío dijo que con su hermana Eva Paola y su mamá tienen un kinder; Jany relató que estuvo varios meses estudiando en España y ahora trabaja en una fundación que otorga becas.
También nos enteramos que Alexxa, la hija de Adriana Gomar, estudia en el Paseo donde "es muy feliz y tiene muchas amigas"; que Michelle, la primogénita de Alexandra, acaba de regresar de la Olimpiada Nacional, donde compitió en esgrima y aunque llegó con moretones, se la pasó muy bien; que Eva sigue trabajando en Notimex en esos horarios locos que sólo a ella le pueden agradar; que Marijose tiene una "fierecilla" que intenta domar de nombre Ana Paula que parece ser un encanto, güerita y callada pero que en realidad no hay quién la pare.
Nos acordamos de muchas de nuestras compañeras y, para no variar, salió el tema del Paseo, los pros y contras, que si el Opus Dei es así, que si está bien o no, que cómo ha cambiado la escuela, etc.
Algunas tuvieron que partir, por lo que Alexandra, Marijose, Sandy, Jany, Adriana y Eva se fueron a una terraza cerca de los juegos y continuaron su charla al menos una hora y media más.
El tema: ¿cómo nos veían las otras bolitas? Las risas y los comentarios surgieron instantáneos. Que si unas eran las riquillas o que si eran las más grandes; que si aqulleas eran las malas (qué manía de verse así, creo que ellas solas se pusieron esa etiqueta); que si las de más allá eran las nerds, las "babotas" (sin ofender), las inocentes o las más rosas, y las demás eramos "el resto".
Muchas etiquetas para resultar que todas eran iguales, que aunque la mayoría se llevaba bien no nos dimos oportunidad de conocernos, que hace falta reunirnos de nuevo.
Por tanto, decidimos que se pusiera una fecha -domingo 5 de octubre- y quienes pudieran ir adelante y si no, después estaría el desayuno del Paseo (Lilian calcula que será por el 20 de noviembre).
A ver si entonces llevamos las fotos, los recuerdos y más tiempo y calma para continuar el reencuentro, al fin que ahora eso está de moda.¿Cómo ven?
Saludos a todas

mayo 27, 2008

Sonidos qué extrañar

¿Recuerdas cuando ibas al parque o caminabas por una calle y desde lejos sabías que venía el heladero, por el sonido de las campanas que hacía sonar en su carrito?
¿O los sonidos del metal rechinando mientras uno se mecía en el columpio, giraba en la rueda, daba vueltas o subía al cielo en el balancín?
Muchos fueron los días en que odiamos al señor que vendía camotes, pues el agudo grito de su camión no dejaba escuchar ni nuestras maldiciones internas.

Sobre todo desde aquel día en que desde la ventana superior le gritamos que callara y se fuera a hacer ruido a otro lado. Han pasado más de 20 años y aún no se le olvida. Dos veces por semana se coloca bajo esa misma ventana y deja sonar su agudo aullido durante al menos 10 minutos. Ya sabe que no le van a comprar… lo hace para recordar quién tiene el poder.
Y todos callan cuando a lo lejos se oye el tañir de campanas. “Esperen, oigan”, alguien dice emocionado. La gente calla, sonríe y recuerda. Nadie puede evitarlo, las campanas siempre llevan a otros tiempos.
Aquellos cuando se podía escuchar a los pájaros cantar a todas horas, no sólo en las mañanas antes de que bocinas y pasos acallen su piar.
Cuando el globero hacía sonar su silbato y no había temor de dejar que los niños corrieran hacia él, lo rodearan y exclamaran maravillados ante los colores y las formas que subían hasta el cielo.
¿Qué decir de aquellas familias recién llegadas a la gran ciudad, que a las 9 de la mañana de cada domingo hacían sonar sus instrumentos , que no los tocaban, mientras recorrían las calles y tocaban cada timbre que a su paso hallaban?
Mucho se dice que los olores te llevan al pasado, que te hacen revivir momentos que el tiempo adormece y la memoria se guarda, pero siempre habrá un sonido qué extrañar.

mayo 22, 2008

Caminando

Hoy sólo tengo ganas de escribir. De llenarme el alma con recuerdosde risas y canciones. De caminar bajo la lluvia y pensar.
Meditar en lo que sé y en todo lo que me hace falta.Y en el camino encontrar una mano delgada, fuerte, de largos dedosy más largas ganas. De sentir el abrazo desinhibido y fiel de alguien que no espera nada, que quiere darlo todo. De soñar que algún día despertaré para ver que mi realidad es bella y que no necesito dormir para vivir.
Alguna vez alguien que no considero sabio, ni siquiera atinado, dijo que la vida es un intercambio de valor por valor, tú me das y yo te doy. Mi espíritu se niega a creer esa visión, pero aún si fuese verdad, sería fácil hallarle coherencia.
Porque en mi vida está el dar y como vuelto desea… sólo te desea a ti.
Un fuerte vendaval que azote el rostro expectante y la sonrisa enciernes. Una tormenta de luz y sonido que me haga vibrar con cada nube que suspira y que deja ver su pasión en diáfanos y esplendorosos destellos.
Un acogedor abrazo del Sol, que no quema, sólo acaricia y te hace sentir todo su poder en un cálido y eludible rayo.
Es ahí donde está la paz, donde aguarda expectante la ansiada tranquilidad de saber que estás bien, que vives y que un día, sin ningún aviso, lograrás deshacerte de esa pesada capa que durante una eternidad te ha protegido sólo para revelarte ante él.
Sólo ante él.

mayo 19, 2008

El oso

A los ciberamigos
Esta era una vez que un oso grandote y comelón se fue a buscar comida. No se decidía entre pescar o asaltar el panal detrás de la roca grande.
Muy ufano se fue al río, allá donde le parecía que los salmones saltaban más. Pasó junto a un sapo guapo, creyó que un ente de aspecto picudo era temible y peligroso cuando en realidad sólo era una varilla vistosa con ínfulas de emperador de charca.
También escuchó a un pobre guajolote gruñir, simulando ser conquistador pero no pasando de puerta desvencijada; unas cacatúas a lo lejos no paraban de cacarear infinidad de babosadas que acabaron por fastidiar al resto de los habitantes del lugar.
En fin... el oso veía a todos de lejos y pasaba sin mezclarse. Sólo tenía una cosa en mente: un delicioso salmón: desafortunadamente aquel sitio era demasiado ruidoso, la marea arrojaba algunas cosas y salpicaba otras, pero nada comestible ni digerible.
La luna salía ya, y por más que buscaba, en la orilla del río sólo había cosas extrañas y de dudosa procedencia: Cyberwmx'es, gualusadas, guiz-mos, atopes... nada identificable en el universo conocido.
El pobre osezno ya desfallecía hasta que allá, arrastrada por el agua, una pequeña hebrita flotaba, arrastrada y mareada con tanto rápido.
El Oso la miraba extrañado, algo raro parecía arrastrarla contracorriente; ya iba a caminar hacia otro lado cuando de repente, como en un campo Mina-do, un sabroso salmón saltó y arrastró tras él a esa pobre hebra, que acabó golpeando en la cabeza al oso.
Medio atarantado, el animal gruñó. Hartó de esperar, se metió al agua, chapoteó como pudo persiguiendo al escuálido pez que luchaba por nadar más rápido sin conseguirlo... atorado por esa hebra que jalaba sin control.
De repente... ¡splash! La manaza cayó rauda sobre el salmón, los dientes atacaron pronto y el pez quedó entre sus fauces. Muy ufano, el oso comenzó a caminar hacia la orilla
saboreando su festín.
¡Chomp! chomp! chomp!... pedazos de pez caían hacia la barriga mientras la hebra se atoraba entre los dientes del oso. El pobre animalón luchaba entre tragar su alimento y sacarse la hebra.
Y ese fue el fin de un pobre pedazo de cordel de pescador, que atrapó a un pez, fue jaloneado hasta ser separado de la caña y fue arrastrado miles de kilómetros hasta quedar entre las fauces de aquel grandulón que, sin saber ni qué hacía, terminó usándolo como hilo dental.

mayo 17, 2008

Rodolfina

Más de 20 años dio servicio y mucha lata la sufrida Rodolfina, que se vio obligada a enfrentar los embates de una tribu alocada y bullanguera que la quería como si fuera de la familia, aunque al final realmente diera lástima.
Su llegada fue gloriosa, pues sus entonces seis usuarios la vieron como una bendición, sentimiento que con los años fue creciendo de manera directamente proporcional al aumento de la cifra y el peso de sus ocupantes.
En 1975 era azul, reluciente, de manejo fácil, amplia y realmente cómoda para todos, pero al paso de los años cambiaron su color a rojo y su armónico andar en una caja de sonidos.
Con la bocina afónica, la suspensión rechinante, el arranque lento y caprichoso, las puertas vencidas y los resortes cansados, Rodolfina anunciaba sonoramente su llegada a dueños y vecinos desde dos cuadras antes.
A pesar de haber pasado de moda, de que el Sol transformara su rojo intenso en un deslavado y extraño rosa, de que el medallón trasero hubiera sido levantado infinidad de veces del suelo, de que el mofle permaneciera literalmente encadenado en su lugar y de que la cajuela hubiera sido amarrada con vil mecate para evitar su abrupta apertura, sus dueños la amaban.
¡Y cómo no! Si los había visto convertirse en una feliz familia de nueve integrantes; los había paseado por medio país; les había servido de techo, cama, comedor, calentador, confesionario, tendedero, escuela, sala de conciertos, tribunal, prisión, escenario teatral, microbús, modelo y meta. En realidad era la ventana al mundo.
Aún se ignora cómo logró soportar aquella caída en una zanja cercano al lugar “donde los hombres se convierten en dioses” y de la que sólo pudieron rescatarla ocho adultos esforzados.

Tampoco se sabe cómo no desapareció en aquella colonia en la que estuvo abandonada por meses luego de un accidente en el Periférico y en donde fue usada como refugio de maleantes y proveedora de refacciones.
Más asombroso es que aquella pequeña de tres años que la había “conducido” a través del jardín hasta la reja de enfrente, 18 años después la hubiera subido a una glorieta y la estrellara contra un árbol cuando confundió el freno con el acelerador.

Su andar se volvió lento e inseguro, su comodidad dio paso a muchas molestias y finalmente hubo de ser rematada al mejor postor, un policía al que no le importó que estuviera desvielada.
Pese a todas esas desventuras, Rodolfina se ganó el amor de todos y un lugar distinguido en el anecdotario familiar.

mayo 05, 2008

A un lustro

No sé qué es lo que más extraño de él. No sé si es su risa que iluminaba mi existencia, sus cantos de ópera desafinados y a gritos a las siete de la mañana, sus travesuras de niño eterno que me invitaban a disfrutar cada momento o sus manazas que igual abrazaban, hacían “bicicletas” o corregían.
El me enseñó a disfrutar la guitarra de Joaquín Rodrigo; a ver la Navidad como el acontecimiento más importante del año; a saber que la familia lo es todo si permanece unida, fuerte, armónica.
Me demostró que no importan las limitaciones físicas, todo se puede conseguir con constancia y empeño: que la timidez sólo quita oportunidades de vivir a plenitud; que mi mamá es la bendición más grande que se me ha dado.
Me hizo ver que un bastón no es una limitante, sino un brazo para llegar más lejos; que la mesa es el sitio de reunión por excelencia; que las amistades no son para evitar la soledad, sino para crecer; que la Iglesia es mi madre y que Dios está al alcance de mis labios, de mis oídos, de mi pensamiento.
Hace cinco años se fue a ese lugar al que siempre anheló llegar para jugar con el pequeño Niño y arrullarlo como hizo con cada uno de sus siete hijos, para decirle piropos a la Virgen en los cinco idiomas en los que aprendió a rezarle “para que no se aburriera” y para contemplar a El Padre como lo que es: Su Padre.
Hoy brindo por él. Le ofrezco una “exquisita paleta de piñón de Manhatan”, un vaso de agua helada con muchos hielos, un “minúsculo pedacito de carne que ni para tapar una muela alcanza”, un LP con música de Beethoven en la sala y un buen libro en las manos, una ingeniosa historia familiar escrita en latín, un paseo en bicicleta y una mecida en la hamaca, cuando aún cabíamos todos en ella.
Hace un lustro no tuve la oportunidad de decirle al oído “lo eres todo para mí, gracias. Te amo”. Llegué tarde… y no lloré. Primero no tuve tiempo, luego no quise flaquear, después me negué… Seis meses después mojé la cama cada noche con mis lágrimas. Así pasó mucho tiempo. Pero tener la completa certeza de que estás en la casa del Señor me reanima y me fortalece.
Hoy lo hago. Desde el fondo de mi corazón he hecho un pacto con él: un día estaré a tu lado, no importa que para ello tenga que remar contra corriente, enfrentarme al mundo, superar cada flaqueza y seguir ese difícil camino. Yo ahí estaré y te llevaré a un invitado. Tú sabes quién es, lo conoces desde las alturas. Ayúdame a presentártelo, yo sé que te caerá bien.
Hace cinco años ni tiempo tuve de decirle cuánto lo amo, cuánto ha marcado mi vida, cuánto le agradezco. Hoy lo hago aquí: te quiero mucho, papá.

mayo 01, 2008

Naco con acento peruano

Él no paraba de hablar, asombrado ante lo novedoso y extraño.
-Me pintaré las puntas del cabello de ese tono amarillo que veo está tan de moda entre los chicos de aquí, a ver si así paso inadvertido, exclamaba, para horror de su compañera.
-Huele a grasa, ha de ser porque en cada esquina tienen un puesto de comida, señaló él mientras se dejaba llevar por su improvisada guía.

A la izquierda, el gran edificio blanco, hundido. Más al fondo, aquel palacio azul semejante a las construcciones de alrededor, pero del todo diferente. Elegantes esquinas, ventanas sugerentes, enormes puertas que ocultan patios y escaleras insinuantes. Todo se parecía a su terruño, pero el tamaño lo hacía distinto.

-Lo que verás enseguida es impresionante. Sólo hay una plaza más grande, en Moscú. Prepárate, le fue advertido.

Él miraba al fondo y sólo veía un muro con pinta de cárcel.
Fue hasta que llegaron a la esquina cuando su mente se abrió a la par que su panorámica. La explanada inmensa cercada por sobrios edificios; campanas al vuelo y el cantar de chirimías y teponaztles acompañaba el murmullo de la muchedumbre.

Un golpe y un grito distrajeron su mirada. Un furioso joven en bicitaxi a gritos reclamaba a un anciano de andar cansado y mirada perdida, que aguantó sin replicar la andanada de recriminaciones que el improvisado taxista lanzó.

Y entonces surgió de la nada una retahíla de exclamaciones igualmente ofensivas, pero del todo risibles.
El extranjero repitió palabra por palabra todos los “chidos”, “chales”, groserías y demás vocabulario local que aquel bravucón soltó, pero con un acento peruano imitando el sonsonete naco que enseguida generó la carcajada de los presentes.
El anciano se fue riendo, el joven malencarado soltó dos improperios y se marchó, mientras los paseantes continuaron su tour.

abril 26, 2008

Sacudidas mortales

Érase una vez que cierta chica que deseaba que la tierra se agitara para burlarse de sus vecinos que, cual manada de elefantes en tierras de ratones, huían despavoridos al menor agitamiento.
Pues hete ahí que un martes cualquiera su mente se agitó. Comenzó con un ligero mareo y la recriminación por no comer cuando debía, hasta que oyó un canto de ángeles del más acá: Está temblando, no se asusten.
La sonrisa podría haber confundido a seres más mortales cuando ella, como la heroína que decía ser, buscó a sus vecinos. Su vanidad aumentó a niveles insospechados cuando recordó a cierta jefa que moría un poco en cada sismo.
La luz huyó, un grito reprimido surgió y la ansiedad cruzó el ambiente. Nuestra súperchica acudió pronta junto a la dama en peligro y la abrazó. En el camino, una niña de mirada temerosa y susurrante voz también la abordó. ¡Seguro tenía sensores para identificar superhéroes clandestinos!
Pero en forma proporcional al movimiento del suelo y los gritos, el miedo comenzó a corroerla. Al momento en que la tierra cesó de bailar, ella rogaba por vivir un día más.
Al regresar la electricidad se vieron pálidos rostros y los daños morales que un personaje jamás invitado provocó. Todos intentaban tranquilizarse, por lo cual nadie notó la vanidad destrozada y la humillación regada por doquier de quien en ese momento se conoció mortal.
Sólo ella supo lo que un temblor de 7.6 grados siempre ha sabido, que su aparición causa el deceso de los superhéroes y, más grave aún, que les da la peor de las muertes: la comprensión de su vulnerabilidad.
Desde entonces, la chica intenta pasar inadvertida para quienes tienen sensores de reconocimiento de heroicidad, para no tener que explicar que la tierra mató su fuerza.

abril 23, 2008

Las Naciones Unidas

Mi mamá la llamaba las Naciones Unidas, para nosotros era simplemente la cuadra. Eran 30 números pero había al menos 55 casas o departamentos, casi siempre todas ocupadas por personas de lo más disímbolas.
Estaba el reconocido compositor que muchos admiraban pero poco veíamos, con su gran San Bernardo, dos nietos locos y latosos que vivían solitarios entre cientos de relojes que volvían loco a cualquiera nada más entrar a la casa.
Su hija también parecía cometa y la única que siempre estaba era la muchacha del servicio, uniformada y jamás quieta. Ella fue la ganona cuando todos se fueron de ahí.
También contábamos entre los especímenes más vistos con la famosa señora Valderrama, cuyo nombre era otro pero que se ganó el apodo al caminar frente a la ventana de nuestro comedor: sólo se veía su pelambrera al estilo de aquel futbolista colombiano Carlos Valderrama.
En la esquina vivía una familia de judíos polacos. La abuela, que vivió el terror del gueto y los campos de concentración, era una anciana flaca, flaca y chiquita que ocultaba su número con mangas largas, pero cuya mirada dejaba al descubierto los dolores de una vida sufrida. La hija era seca, dura, criticona, nunca conforme, la rabia y el dolor la hacían parecer marchita. Del nieto se conocía su nombre y el rastro de la cola de cometa que dejaba cuando aparecía por el lugar.
En una de las casas de atrás vivía la bruja del 12-A, que a pesar de su pacto estilo Dorian Grey y su abundante y jamás controlada cabellera negra, en realidad era una señora dulce y cariñosa que a base de bondades logró despojarse del sobrenombre; a su lado siempre hubo inquilinos de lo más variado.
Lo mismo estuvo la familia de la hija de una española que se convirtió en la hermana de mi mamá, con sus dos hermosos niños y una abuela maravillosa, que un trío de narcos colombianos del que el vecindario se enteró cuando llegaron montones de patrullas a detenerlos, si suerte, pues ellos ya habían volado.
También contamos con el extraño Jo-jo Clós, que vivía en la última casa con una madre enferma y que a los niños nos atemorizaba porque siempre hablaba solo, barría su banqueta y media calle más a las cuatro de la mañana y vivía enfundado en su pijama.
Otro que al principio daba miedo era el Químico, hombre trabajador, respetuoso y educado que tuvo la mala fortuna de resultar quemado en el rostro. Igual de caballero era el Emiliano Zapata, que supongo que si se quitara el bigote no lo reconocería.
Los que no eran absolutamente nada educados eran los llamados Satanases, escuincles presumidos y malcriados que manejaban con el demonio dentro (de ahí el apodo), o los cara de chango que siempre nos hacían reír.
El locutor, con su perro que se volvió loco por el encierro y hubo que sacrificarlo, dejó paso a una menuda mujer, activista, metida en grillas y que escaló algunos puestos en la política de los años 80. Demasiado “política” para nuestros gustos.
La lista aún es larga, como el número de casas y habitantes, pero esa calle pequeña, cerrada, oculta tras un monstruo rosa era nuestra isla, nuestro dominio, nuestro hogar.

abril 21, 2008

Lepra de película

Para Raúl
Sus locuras de niño travieso y desparpajado no tenían fin, y en muchas ocasiones vecinos, familiares y hasta totales desconocidos pensaron llamar alguna patrulla para darle un escarmiento que le durara al menos hasta el fin de semana siguiente.
No era extraño verlo organizar al montón de escuincles de la zona para atravesar en fila india y a gatas las calles de la colonia. Mientras conductores molestos hacían sonar sus bocinas y les gritaban toda clase de linduras, él y sus diez o 15 amigos simulaban ser una jauría de gatos sordos y en ocasiones hasta cojos.
Comenzaba él a gatas en una esquina, lentamente, mientras veía acercarse los coches que eran obligados a frenar mientras los chicos, uno a uno y con toda calma, gateaban hacia la otra acera.
Tal vez hubiera algún conductor que se riera cuando veía a esa pandilla en sus andanzas, pero la sonrisa se congelaba cuando veían llegar al primero a la esquina y regresar por el mismo camino cuando el último de la banda apenas comenzaba el recorrido.
En más de unaocasión, los desesperados automovilistas les echaban el vehículo encima pero ellos, como buenos gatos que simulaban ser, no hacían caso más que de su propia voluntad.
El dueño del cine de la colonia también les tenía fobia, sobre todo desde que un día los atrapó en una de sus tantas travesuras. Nuestro chico, como líder inquieto en busca de experiencias y diversión, se organizó con sus seguidores, compraron carne molida y se metieron al cine, a las butacas más cercanas al cuarto de proyección.
Cuando la película estaba en su clímax, un fuerte estornudo sacudió al auditorio, que se extrañó al oír una joven voz exclamar "¡ay,esta lepra que no me deja en paz!" La mayoría siguió viendo el filme, mientras se escuchaban más estornudos, pero en un sector de la sala la gente comenzó a agitarse y un grito femenino cimbró a la gente.
Las entrañas de alguien quedaron derramadas en el suelo y la gente comenzó a exigir que se encendieran las luces. Mientras el encargado de la sala averiguaba lo que ocurría, los afectados comenzaron a asegurar que algo maloliente les caía cada vez que el supuesto griposo estornudaba.
Los chiquillos reían y pretendieron salir corriendo, pero los encargados de la seguridad fueron más rápidos para detenerlos y averiguar qué causaba tal conmoción. Se prendieron las luces y la verdad brotó junto a la luz.
Los encargados hallaron pedazos de carne molida lanzada desde atrás por los causantes de ese caos quienes, con el paquete del alimento abierto y medio usado, no podían parar de reír .
Mientras, sus víctimas describían el asco provocado por las municiones aguadas, rojas y malolientes lanzadas contra ellas.
Una vez más, los padres fueron obligados a dar la cara por la caterva de malhechores en potencia. Y para variar, el nombre más repetido era el de Raúl, quien con sonrisa franca y desparpajo absoluto admitía todo sin chistar, con la mente más en la próxima aventura que en el temporal castigo que se le venía.

abril 19, 2008

Confusiones de microbús

- Mira esa güerita, seguro que no es mexicana –señaló disimuladamente un chico recién salido de la adolescencia a su compañero de asiento.
- Claro que no es mexicana, nada más mírala. Además, ninguna mujer como ella se atrevería a recorrer la ciudad en un microbús a las 12 de la noche. Seguro que ni sabe a lo que se expone –respondió su amigo mientras no dejaba de ver a aquella chica.
- Sí, segurito que ni hablar español sabe. Así no se enterará si le digo que está rechula, la condenada.
- ¡Ajá!, ¿y qué le dirías? Seguro que no te atreves a decirle nada –le respondió su amigo.


Ambos hablaban descaradamente, sabedores que ella no entendía absolutamente nada de su diálogo. Los dos lanzaban miraditas de vez en cuando, para disimular un poco, pero sus voces jamás bajaron a cuchicheo como se suele hacer.

- ¡Claro que le hablaría! Y en su idioma. Le diría “seño, ai lov llu –respondió pronto el interfecto provocando las carcajadas de su amigo.
- ¡No te atreves! ¿Y qué tal si ella es franchute o de esas del norte de Euruapan? –respondió pronto el otro, entre risas.
- Ella no es de esas, mírala. Aquellas son güerotas y grandotas y está es bastante flaca y chaparrita. No, ha de ser de los “yunaites”. Mírala, si tiene los ojos claros y está más blanca que mi papá cuando le dije que iba a dejar la escuela.

La plática siguió igual largo rato hasta que ella cerró el libro y pidió al chofer que parara en la esquina. Bajó presta y en cuanto vio arrancar el microbús, se echó a reír. Llegó a su casa llorando de risa, dispuesta a contar que habían vuelto a confundirla con gringa.

abril 18, 2008

Guarradas

Ella creía haber oído los más dulces piropos y las guarradas más grandes a su paso por las calles de México. Alguna vez que se reunieron las amigas, comentaban lo más bonito y lo más odioso que les habían gritado.
La recurrente “mamacita” era catalogada como de las palabras más vulgares y molestas, pero finalmente inofensiva. Alguna contaba que un día, subiendo las escaleras para entrar a una estación del Metro, un chico que descendía se le puso enfrente, impidiéndole el paso, y casi le grito “nunca había visto una mujer más hermosa en el mundo”.
Aquella odiaba a su hermana cuando relataba que un día, mientras caminaba por la Zona Rosa, un gringo negro, gordo, inmenso, le gritó en inglés que quería llevarla a la cama en ese momento.
Desde luego ella se puso roja, pero a la que enseguida quiso asesinar fue a su hermana, que al oír semejante comentario se paralizó, miró al extranjero y soltó la risa. Mientras una se moría de vergüenza e intentaba salir corriendo, la otra daba tales carcajadas que le impedían dar un paso.
Ella tuvo que llevarse casi a rastras a su hermana, mientras la otra sólo exclamaba: “Caray, a mí nunca me han propuesto eso”.
El colmo fue cuando otra de las jóvenes llegó furiosa a su casa y comentó que un taxista le había gritado “Sabrosura, quién fuera aguacate para embarrarse en tus tortitas”, a lo que otra chica respondió con un suspiro, mientras susurraba “Como a ti no te han gritado ¡inteensaaaaa!

El remate, sin embargo, lo dio una chica que con toda franqueza reveló: “Cuando me siento deprimida, el mejor remedio que he encontrado para ver la vida de otro color es caminar frente a una construcción. No saben cuánto me levantan los chiflidos y las guarradas de los albañiles. Nada como un recordatorio de que soy mujer para sentirme guapa, sexy y arrebatadora”.

abril 17, 2008

Arranque de furia

Para Lulú

Ella conducía su automóvil por el Periférico mientras pensaba en todos los problemas que tenía que enfrentar y a los que no hallaba solución. Eso le molestaba.
De repente, otro coche le se metió forzadamente en su carril, obligándole a frenar para no chocar. Ella maldijo en voz baja y siguió su camino, pero aquel conductor parecía empeñarse en avanzar a fuerza de “cerrones” y bocinazos.
Ella no estaba para aguantar las necedades de nadie. Después de sufrir otra embestida, la chica dejó escuchar la bocina y emitió un amplió repertorio de ofensas en el más bajo y socorrido de los vocabularios.
La andanada de adjetivos descalificativos provocó la molestia del imprudente conductor, que respondió con un lenguaje similar mientras volvía a acercar peligrosamente su carro al de la joven. Eso la enfureció y la hizo reaccionar.
Se le adelantó, se metió a la fuerza frente al carro de aquel abusivo y frenó en seco. Bajó de su auto, cerró la puerta con fuerza y caminó hacia él.
El joven se sorprendió de la actitud de aquella chica de cabello muy corto y fuego en la mirada. Pero más se sobresaltó cuando, en un arranque de furia, la joven estrelló su puño en la ventana delantera del carro de su contrincante, haciéndolo astillas.
El osado conductor perdió toda su valentía mientras ella le exigía a gritos que dejara de comportarse como animal, que dejara de abusar de las mujeres y que tuviera más cuidado porque era capaz de sacar una pistola.
Ella regresó a su auto y lo condujo hasta su casa, donde bajó toda temblorosa y soltó el llanto cuando vio a su novio que la esperaba. La furia cedió a la razón.