abril 26, 2008

Sacudidas mortales

Érase una vez que cierta chica que deseaba que la tierra se agitara para burlarse de sus vecinos que, cual manada de elefantes en tierras de ratones, huían despavoridos al menor agitamiento.
Pues hete ahí que un martes cualquiera su mente se agitó. Comenzó con un ligero mareo y la recriminación por no comer cuando debía, hasta que oyó un canto de ángeles del más acá: Está temblando, no se asusten.
La sonrisa podría haber confundido a seres más mortales cuando ella, como la heroína que decía ser, buscó a sus vecinos. Su vanidad aumentó a niveles insospechados cuando recordó a cierta jefa que moría un poco en cada sismo.
La luz huyó, un grito reprimido surgió y la ansiedad cruzó el ambiente. Nuestra súperchica acudió pronta junto a la dama en peligro y la abrazó. En el camino, una niña de mirada temerosa y susurrante voz también la abordó. ¡Seguro tenía sensores para identificar superhéroes clandestinos!
Pero en forma proporcional al movimiento del suelo y los gritos, el miedo comenzó a corroerla. Al momento en que la tierra cesó de bailar, ella rogaba por vivir un día más.
Al regresar la electricidad se vieron pálidos rostros y los daños morales que un personaje jamás invitado provocó. Todos intentaban tranquilizarse, por lo cual nadie notó la vanidad destrozada y la humillación regada por doquier de quien en ese momento se conoció mortal.
Sólo ella supo lo que un temblor de 7.6 grados siempre ha sabido, que su aparición causa el deceso de los superhéroes y, más grave aún, que les da la peor de las muertes: la comprensión de su vulnerabilidad.
Desde entonces, la chica intenta pasar inadvertida para quienes tienen sensores de reconocimiento de heroicidad, para no tener que explicar que la tierra mató su fuerza.

abril 23, 2008

Las Naciones Unidas

Mi mamá la llamaba las Naciones Unidas, para nosotros era simplemente la cuadra. Eran 30 números pero había al menos 55 casas o departamentos, casi siempre todas ocupadas por personas de lo más disímbolas.
Estaba el reconocido compositor que muchos admiraban pero poco veíamos, con su gran San Bernardo, dos nietos locos y latosos que vivían solitarios entre cientos de relojes que volvían loco a cualquiera nada más entrar a la casa.
Su hija también parecía cometa y la única que siempre estaba era la muchacha del servicio, uniformada y jamás quieta. Ella fue la ganona cuando todos se fueron de ahí.
También contábamos entre los especímenes más vistos con la famosa señora Valderrama, cuyo nombre era otro pero que se ganó el apodo al caminar frente a la ventana de nuestro comedor: sólo se veía su pelambrera al estilo de aquel futbolista colombiano Carlos Valderrama.
En la esquina vivía una familia de judíos polacos. La abuela, que vivió el terror del gueto y los campos de concentración, era una anciana flaca, flaca y chiquita que ocultaba su número con mangas largas, pero cuya mirada dejaba al descubierto los dolores de una vida sufrida. La hija era seca, dura, criticona, nunca conforme, la rabia y el dolor la hacían parecer marchita. Del nieto se conocía su nombre y el rastro de la cola de cometa que dejaba cuando aparecía por el lugar.
En una de las casas de atrás vivía la bruja del 12-A, que a pesar de su pacto estilo Dorian Grey y su abundante y jamás controlada cabellera negra, en realidad era una señora dulce y cariñosa que a base de bondades logró despojarse del sobrenombre; a su lado siempre hubo inquilinos de lo más variado.
Lo mismo estuvo la familia de la hija de una española que se convirtió en la hermana de mi mamá, con sus dos hermosos niños y una abuela maravillosa, que un trío de narcos colombianos del que el vecindario se enteró cuando llegaron montones de patrullas a detenerlos, si suerte, pues ellos ya habían volado.
También contamos con el extraño Jo-jo Clós, que vivía en la última casa con una madre enferma y que a los niños nos atemorizaba porque siempre hablaba solo, barría su banqueta y media calle más a las cuatro de la mañana y vivía enfundado en su pijama.
Otro que al principio daba miedo era el Químico, hombre trabajador, respetuoso y educado que tuvo la mala fortuna de resultar quemado en el rostro. Igual de caballero era el Emiliano Zapata, que supongo que si se quitara el bigote no lo reconocería.
Los que no eran absolutamente nada educados eran los llamados Satanases, escuincles presumidos y malcriados que manejaban con el demonio dentro (de ahí el apodo), o los cara de chango que siempre nos hacían reír.
El locutor, con su perro que se volvió loco por el encierro y hubo que sacrificarlo, dejó paso a una menuda mujer, activista, metida en grillas y que escaló algunos puestos en la política de los años 80. Demasiado “política” para nuestros gustos.
La lista aún es larga, como el número de casas y habitantes, pero esa calle pequeña, cerrada, oculta tras un monstruo rosa era nuestra isla, nuestro dominio, nuestro hogar.

abril 21, 2008

Lepra de película

Para Raúl
Sus locuras de niño travieso y desparpajado no tenían fin, y en muchas ocasiones vecinos, familiares y hasta totales desconocidos pensaron llamar alguna patrulla para darle un escarmiento que le durara al menos hasta el fin de semana siguiente.
No era extraño verlo organizar al montón de escuincles de la zona para atravesar en fila india y a gatas las calles de la colonia. Mientras conductores molestos hacían sonar sus bocinas y les gritaban toda clase de linduras, él y sus diez o 15 amigos simulaban ser una jauría de gatos sordos y en ocasiones hasta cojos.
Comenzaba él a gatas en una esquina, lentamente, mientras veía acercarse los coches que eran obligados a frenar mientras los chicos, uno a uno y con toda calma, gateaban hacia la otra acera.
Tal vez hubiera algún conductor que se riera cuando veía a esa pandilla en sus andanzas, pero la sonrisa se congelaba cuando veían llegar al primero a la esquina y regresar por el mismo camino cuando el último de la banda apenas comenzaba el recorrido.
En más de unaocasión, los desesperados automovilistas les echaban el vehículo encima pero ellos, como buenos gatos que simulaban ser, no hacían caso más que de su propia voluntad.
El dueño del cine de la colonia también les tenía fobia, sobre todo desde que un día los atrapó en una de sus tantas travesuras. Nuestro chico, como líder inquieto en busca de experiencias y diversión, se organizó con sus seguidores, compraron carne molida y se metieron al cine, a las butacas más cercanas al cuarto de proyección.
Cuando la película estaba en su clímax, un fuerte estornudo sacudió al auditorio, que se extrañó al oír una joven voz exclamar "¡ay,esta lepra que no me deja en paz!" La mayoría siguió viendo el filme, mientras se escuchaban más estornudos, pero en un sector de la sala la gente comenzó a agitarse y un grito femenino cimbró a la gente.
Las entrañas de alguien quedaron derramadas en el suelo y la gente comenzó a exigir que se encendieran las luces. Mientras el encargado de la sala averiguaba lo que ocurría, los afectados comenzaron a asegurar que algo maloliente les caía cada vez que el supuesto griposo estornudaba.
Los chiquillos reían y pretendieron salir corriendo, pero los encargados de la seguridad fueron más rápidos para detenerlos y averiguar qué causaba tal conmoción. Se prendieron las luces y la verdad brotó junto a la luz.
Los encargados hallaron pedazos de carne molida lanzada desde atrás por los causantes de ese caos quienes, con el paquete del alimento abierto y medio usado, no podían parar de reír .
Mientras, sus víctimas describían el asco provocado por las municiones aguadas, rojas y malolientes lanzadas contra ellas.
Una vez más, los padres fueron obligados a dar la cara por la caterva de malhechores en potencia. Y para variar, el nombre más repetido era el de Raúl, quien con sonrisa franca y desparpajo absoluto admitía todo sin chistar, con la mente más en la próxima aventura que en el temporal castigo que se le venía.

abril 19, 2008

Confusiones de microbús

- Mira esa güerita, seguro que no es mexicana –señaló disimuladamente un chico recién salido de la adolescencia a su compañero de asiento.
- Claro que no es mexicana, nada más mírala. Además, ninguna mujer como ella se atrevería a recorrer la ciudad en un microbús a las 12 de la noche. Seguro que ni sabe a lo que se expone –respondió su amigo mientras no dejaba de ver a aquella chica.
- Sí, segurito que ni hablar español sabe. Así no se enterará si le digo que está rechula, la condenada.
- ¡Ajá!, ¿y qué le dirías? Seguro que no te atreves a decirle nada –le respondió su amigo.


Ambos hablaban descaradamente, sabedores que ella no entendía absolutamente nada de su diálogo. Los dos lanzaban miraditas de vez en cuando, para disimular un poco, pero sus voces jamás bajaron a cuchicheo como se suele hacer.

- ¡Claro que le hablaría! Y en su idioma. Le diría “seño, ai lov llu –respondió pronto el interfecto provocando las carcajadas de su amigo.
- ¡No te atreves! ¿Y qué tal si ella es franchute o de esas del norte de Euruapan? –respondió pronto el otro, entre risas.
- Ella no es de esas, mírala. Aquellas son güerotas y grandotas y está es bastante flaca y chaparrita. No, ha de ser de los “yunaites”. Mírala, si tiene los ojos claros y está más blanca que mi papá cuando le dije que iba a dejar la escuela.

La plática siguió igual largo rato hasta que ella cerró el libro y pidió al chofer que parara en la esquina. Bajó presta y en cuanto vio arrancar el microbús, se echó a reír. Llegó a su casa llorando de risa, dispuesta a contar que habían vuelto a confundirla con gringa.

abril 18, 2008

Guarradas

Ella creía haber oído los más dulces piropos y las guarradas más grandes a su paso por las calles de México. Alguna vez que se reunieron las amigas, comentaban lo más bonito y lo más odioso que les habían gritado.
La recurrente “mamacita” era catalogada como de las palabras más vulgares y molestas, pero finalmente inofensiva. Alguna contaba que un día, subiendo las escaleras para entrar a una estación del Metro, un chico que descendía se le puso enfrente, impidiéndole el paso, y casi le grito “nunca había visto una mujer más hermosa en el mundo”.
Aquella odiaba a su hermana cuando relataba que un día, mientras caminaba por la Zona Rosa, un gringo negro, gordo, inmenso, le gritó en inglés que quería llevarla a la cama en ese momento.
Desde luego ella se puso roja, pero a la que enseguida quiso asesinar fue a su hermana, que al oír semejante comentario se paralizó, miró al extranjero y soltó la risa. Mientras una se moría de vergüenza e intentaba salir corriendo, la otra daba tales carcajadas que le impedían dar un paso.
Ella tuvo que llevarse casi a rastras a su hermana, mientras la otra sólo exclamaba: “Caray, a mí nunca me han propuesto eso”.
El colmo fue cuando otra de las jóvenes llegó furiosa a su casa y comentó que un taxista le había gritado “Sabrosura, quién fuera aguacate para embarrarse en tus tortitas”, a lo que otra chica respondió con un suspiro, mientras susurraba “Como a ti no te han gritado ¡inteensaaaaa!

El remate, sin embargo, lo dio una chica que con toda franqueza reveló: “Cuando me siento deprimida, el mejor remedio que he encontrado para ver la vida de otro color es caminar frente a una construcción. No saben cuánto me levantan los chiflidos y las guarradas de los albañiles. Nada como un recordatorio de que soy mujer para sentirme guapa, sexy y arrebatadora”.

abril 17, 2008

Arranque de furia

Para Lulú

Ella conducía su automóvil por el Periférico mientras pensaba en todos los problemas que tenía que enfrentar y a los que no hallaba solución. Eso le molestaba.
De repente, otro coche le se metió forzadamente en su carril, obligándole a frenar para no chocar. Ella maldijo en voz baja y siguió su camino, pero aquel conductor parecía empeñarse en avanzar a fuerza de “cerrones” y bocinazos.
Ella no estaba para aguantar las necedades de nadie. Después de sufrir otra embestida, la chica dejó escuchar la bocina y emitió un amplió repertorio de ofensas en el más bajo y socorrido de los vocabularios.
La andanada de adjetivos descalificativos provocó la molestia del imprudente conductor, que respondió con un lenguaje similar mientras volvía a acercar peligrosamente su carro al de la joven. Eso la enfureció y la hizo reaccionar.
Se le adelantó, se metió a la fuerza frente al carro de aquel abusivo y frenó en seco. Bajó de su auto, cerró la puerta con fuerza y caminó hacia él.
El joven se sorprendió de la actitud de aquella chica de cabello muy corto y fuego en la mirada. Pero más se sobresaltó cuando, en un arranque de furia, la joven estrelló su puño en la ventana delantera del carro de su contrincante, haciéndolo astillas.
El osado conductor perdió toda su valentía mientras ella le exigía a gritos que dejara de comportarse como animal, que dejara de abusar de las mujeres y que tuviera más cuidado porque era capaz de sacar una pistola.
Ella regresó a su auto y lo condujo hasta su casa, donde bajó toda temblorosa y soltó el llanto cuando vio a su novio que la esperaba. La furia cedió a la razón.