mayo 27, 2008

Sonidos qué extrañar

¿Recuerdas cuando ibas al parque o caminabas por una calle y desde lejos sabías que venía el heladero, por el sonido de las campanas que hacía sonar en su carrito?
¿O los sonidos del metal rechinando mientras uno se mecía en el columpio, giraba en la rueda, daba vueltas o subía al cielo en el balancín?
Muchos fueron los días en que odiamos al señor que vendía camotes, pues el agudo grito de su camión no dejaba escuchar ni nuestras maldiciones internas.

Sobre todo desde aquel día en que desde la ventana superior le gritamos que callara y se fuera a hacer ruido a otro lado. Han pasado más de 20 años y aún no se le olvida. Dos veces por semana se coloca bajo esa misma ventana y deja sonar su agudo aullido durante al menos 10 minutos. Ya sabe que no le van a comprar… lo hace para recordar quién tiene el poder.
Y todos callan cuando a lo lejos se oye el tañir de campanas. “Esperen, oigan”, alguien dice emocionado. La gente calla, sonríe y recuerda. Nadie puede evitarlo, las campanas siempre llevan a otros tiempos.
Aquellos cuando se podía escuchar a los pájaros cantar a todas horas, no sólo en las mañanas antes de que bocinas y pasos acallen su piar.
Cuando el globero hacía sonar su silbato y no había temor de dejar que los niños corrieran hacia él, lo rodearan y exclamaran maravillados ante los colores y las formas que subían hasta el cielo.
¿Qué decir de aquellas familias recién llegadas a la gran ciudad, que a las 9 de la mañana de cada domingo hacían sonar sus instrumentos , que no los tocaban, mientras recorrían las calles y tocaban cada timbre que a su paso hallaban?
Mucho se dice que los olores te llevan al pasado, que te hacen revivir momentos que el tiempo adormece y la memoria se guarda, pero siempre habrá un sonido qué extrañar.

mayo 22, 2008

Caminando

Hoy sólo tengo ganas de escribir. De llenarme el alma con recuerdosde risas y canciones. De caminar bajo la lluvia y pensar.
Meditar en lo que sé y en todo lo que me hace falta.Y en el camino encontrar una mano delgada, fuerte, de largos dedosy más largas ganas. De sentir el abrazo desinhibido y fiel de alguien que no espera nada, que quiere darlo todo. De soñar que algún día despertaré para ver que mi realidad es bella y que no necesito dormir para vivir.
Alguna vez alguien que no considero sabio, ni siquiera atinado, dijo que la vida es un intercambio de valor por valor, tú me das y yo te doy. Mi espíritu se niega a creer esa visión, pero aún si fuese verdad, sería fácil hallarle coherencia.
Porque en mi vida está el dar y como vuelto desea… sólo te desea a ti.
Un fuerte vendaval que azote el rostro expectante y la sonrisa enciernes. Una tormenta de luz y sonido que me haga vibrar con cada nube que suspira y que deja ver su pasión en diáfanos y esplendorosos destellos.
Un acogedor abrazo del Sol, que no quema, sólo acaricia y te hace sentir todo su poder en un cálido y eludible rayo.
Es ahí donde está la paz, donde aguarda expectante la ansiada tranquilidad de saber que estás bien, que vives y que un día, sin ningún aviso, lograrás deshacerte de esa pesada capa que durante una eternidad te ha protegido sólo para revelarte ante él.
Sólo ante él.

mayo 19, 2008

El oso

A los ciberamigos
Esta era una vez que un oso grandote y comelón se fue a buscar comida. No se decidía entre pescar o asaltar el panal detrás de la roca grande.
Muy ufano se fue al río, allá donde le parecía que los salmones saltaban más. Pasó junto a un sapo guapo, creyó que un ente de aspecto picudo era temible y peligroso cuando en realidad sólo era una varilla vistosa con ínfulas de emperador de charca.
También escuchó a un pobre guajolote gruñir, simulando ser conquistador pero no pasando de puerta desvencijada; unas cacatúas a lo lejos no paraban de cacarear infinidad de babosadas que acabaron por fastidiar al resto de los habitantes del lugar.
En fin... el oso veía a todos de lejos y pasaba sin mezclarse. Sólo tenía una cosa en mente: un delicioso salmón: desafortunadamente aquel sitio era demasiado ruidoso, la marea arrojaba algunas cosas y salpicaba otras, pero nada comestible ni digerible.
La luna salía ya, y por más que buscaba, en la orilla del río sólo había cosas extrañas y de dudosa procedencia: Cyberwmx'es, gualusadas, guiz-mos, atopes... nada identificable en el universo conocido.
El pobre osezno ya desfallecía hasta que allá, arrastrada por el agua, una pequeña hebrita flotaba, arrastrada y mareada con tanto rápido.
El Oso la miraba extrañado, algo raro parecía arrastrarla contracorriente; ya iba a caminar hacia otro lado cuando de repente, como en un campo Mina-do, un sabroso salmón saltó y arrastró tras él a esa pobre hebra, que acabó golpeando en la cabeza al oso.
Medio atarantado, el animal gruñó. Hartó de esperar, se metió al agua, chapoteó como pudo persiguiendo al escuálido pez que luchaba por nadar más rápido sin conseguirlo... atorado por esa hebra que jalaba sin control.
De repente... ¡splash! La manaza cayó rauda sobre el salmón, los dientes atacaron pronto y el pez quedó entre sus fauces. Muy ufano, el oso comenzó a caminar hacia la orilla
saboreando su festín.
¡Chomp! chomp! chomp!... pedazos de pez caían hacia la barriga mientras la hebra se atoraba entre los dientes del oso. El pobre animalón luchaba entre tragar su alimento y sacarse la hebra.
Y ese fue el fin de un pobre pedazo de cordel de pescador, que atrapó a un pez, fue jaloneado hasta ser separado de la caña y fue arrastrado miles de kilómetros hasta quedar entre las fauces de aquel grandulón que, sin saber ni qué hacía, terminó usándolo como hilo dental.

mayo 17, 2008

Rodolfina

Más de 20 años dio servicio y mucha lata la sufrida Rodolfina, que se vio obligada a enfrentar los embates de una tribu alocada y bullanguera que la quería como si fuera de la familia, aunque al final realmente diera lástima.
Su llegada fue gloriosa, pues sus entonces seis usuarios la vieron como una bendición, sentimiento que con los años fue creciendo de manera directamente proporcional al aumento de la cifra y el peso de sus ocupantes.
En 1975 era azul, reluciente, de manejo fácil, amplia y realmente cómoda para todos, pero al paso de los años cambiaron su color a rojo y su armónico andar en una caja de sonidos.
Con la bocina afónica, la suspensión rechinante, el arranque lento y caprichoso, las puertas vencidas y los resortes cansados, Rodolfina anunciaba sonoramente su llegada a dueños y vecinos desde dos cuadras antes.
A pesar de haber pasado de moda, de que el Sol transformara su rojo intenso en un deslavado y extraño rosa, de que el medallón trasero hubiera sido levantado infinidad de veces del suelo, de que el mofle permaneciera literalmente encadenado en su lugar y de que la cajuela hubiera sido amarrada con vil mecate para evitar su abrupta apertura, sus dueños la amaban.
¡Y cómo no! Si los había visto convertirse en una feliz familia de nueve integrantes; los había paseado por medio país; les había servido de techo, cama, comedor, calentador, confesionario, tendedero, escuela, sala de conciertos, tribunal, prisión, escenario teatral, microbús, modelo y meta. En realidad era la ventana al mundo.
Aún se ignora cómo logró soportar aquella caída en una zanja cercano al lugar “donde los hombres se convierten en dioses” y de la que sólo pudieron rescatarla ocho adultos esforzados.

Tampoco se sabe cómo no desapareció en aquella colonia en la que estuvo abandonada por meses luego de un accidente en el Periférico y en donde fue usada como refugio de maleantes y proveedora de refacciones.
Más asombroso es que aquella pequeña de tres años que la había “conducido” a través del jardín hasta la reja de enfrente, 18 años después la hubiera subido a una glorieta y la estrellara contra un árbol cuando confundió el freno con el acelerador.

Su andar se volvió lento e inseguro, su comodidad dio paso a muchas molestias y finalmente hubo de ser rematada al mejor postor, un policía al que no le importó que estuviera desvielada.
Pese a todas esas desventuras, Rodolfina se ganó el amor de todos y un lugar distinguido en el anecdotario familiar.

mayo 05, 2008

A un lustro

No sé qué es lo que más extraño de él. No sé si es su risa que iluminaba mi existencia, sus cantos de ópera desafinados y a gritos a las siete de la mañana, sus travesuras de niño eterno que me invitaban a disfrutar cada momento o sus manazas que igual abrazaban, hacían “bicicletas” o corregían.
El me enseñó a disfrutar la guitarra de Joaquín Rodrigo; a ver la Navidad como el acontecimiento más importante del año; a saber que la familia lo es todo si permanece unida, fuerte, armónica.
Me demostró que no importan las limitaciones físicas, todo se puede conseguir con constancia y empeño: que la timidez sólo quita oportunidades de vivir a plenitud; que mi mamá es la bendición más grande que se me ha dado.
Me hizo ver que un bastón no es una limitante, sino un brazo para llegar más lejos; que la mesa es el sitio de reunión por excelencia; que las amistades no son para evitar la soledad, sino para crecer; que la Iglesia es mi madre y que Dios está al alcance de mis labios, de mis oídos, de mi pensamiento.
Hace cinco años se fue a ese lugar al que siempre anheló llegar para jugar con el pequeño Niño y arrullarlo como hizo con cada uno de sus siete hijos, para decirle piropos a la Virgen en los cinco idiomas en los que aprendió a rezarle “para que no se aburriera” y para contemplar a El Padre como lo que es: Su Padre.
Hoy brindo por él. Le ofrezco una “exquisita paleta de piñón de Manhatan”, un vaso de agua helada con muchos hielos, un “minúsculo pedacito de carne que ni para tapar una muela alcanza”, un LP con música de Beethoven en la sala y un buen libro en las manos, una ingeniosa historia familiar escrita en latín, un paseo en bicicleta y una mecida en la hamaca, cuando aún cabíamos todos en ella.
Hace un lustro no tuve la oportunidad de decirle al oído “lo eres todo para mí, gracias. Te amo”. Llegué tarde… y no lloré. Primero no tuve tiempo, luego no quise flaquear, después me negué… Seis meses después mojé la cama cada noche con mis lágrimas. Así pasó mucho tiempo. Pero tener la completa certeza de que estás en la casa del Señor me reanima y me fortalece.
Hoy lo hago. Desde el fondo de mi corazón he hecho un pacto con él: un día estaré a tu lado, no importa que para ello tenga que remar contra corriente, enfrentarme al mundo, superar cada flaqueza y seguir ese difícil camino. Yo ahí estaré y te llevaré a un invitado. Tú sabes quién es, lo conoces desde las alturas. Ayúdame a presentártelo, yo sé que te caerá bien.
Hace cinco años ni tiempo tuve de decirle cuánto lo amo, cuánto ha marcado mi vida, cuánto le agradezco. Hoy lo hago aquí: te quiero mucho, papá.

mayo 01, 2008

Naco con acento peruano

Él no paraba de hablar, asombrado ante lo novedoso y extraño.
-Me pintaré las puntas del cabello de ese tono amarillo que veo está tan de moda entre los chicos de aquí, a ver si así paso inadvertido, exclamaba, para horror de su compañera.
-Huele a grasa, ha de ser porque en cada esquina tienen un puesto de comida, señaló él mientras se dejaba llevar por su improvisada guía.

A la izquierda, el gran edificio blanco, hundido. Más al fondo, aquel palacio azul semejante a las construcciones de alrededor, pero del todo diferente. Elegantes esquinas, ventanas sugerentes, enormes puertas que ocultan patios y escaleras insinuantes. Todo se parecía a su terruño, pero el tamaño lo hacía distinto.

-Lo que verás enseguida es impresionante. Sólo hay una plaza más grande, en Moscú. Prepárate, le fue advertido.

Él miraba al fondo y sólo veía un muro con pinta de cárcel.
Fue hasta que llegaron a la esquina cuando su mente se abrió a la par que su panorámica. La explanada inmensa cercada por sobrios edificios; campanas al vuelo y el cantar de chirimías y teponaztles acompañaba el murmullo de la muchedumbre.

Un golpe y un grito distrajeron su mirada. Un furioso joven en bicitaxi a gritos reclamaba a un anciano de andar cansado y mirada perdida, que aguantó sin replicar la andanada de recriminaciones que el improvisado taxista lanzó.

Y entonces surgió de la nada una retahíla de exclamaciones igualmente ofensivas, pero del todo risibles.
El extranjero repitió palabra por palabra todos los “chidos”, “chales”, groserías y demás vocabulario local que aquel bravucón soltó, pero con un acento peruano imitando el sonsonete naco que enseguida generó la carcajada de los presentes.
El anciano se fue riendo, el joven malencarado soltó dos improperios y se marchó, mientras los paseantes continuaron su tour.