octubre 24, 2008

Absoluta felicidad

¿Alguna vez se han divertido tanto que han debido olvidarlo para seguir viviendo en paz en el presente sin quedar atados al pasado?

Yo escarbo en mis recuerdos en búsqueda de aquella vez que aprovechando alguna ausencia de mi mamá sacamos el colchón de una cama, acostamos a alguno de los hermanos en él, la “envolvimos” en el colchón cual quesadilla, agarramos las esquinas que quedaban hacia abajo y echamos a correr por als escaleras de la casa arrastrando el bulto del que dos pisos abajo salían carcajadas, quejidos y una cara de absoluta felicidad.

O cuando simulábamos, sin querer, ser una bandada de bandarlogs, el pueblo sin ley que formaban los monos en el “Libro de la selva” del maravilloso Rudyard Kipling.
Los clósets de nuestras recámaras eran enormes, de pared a pared y de techo a piso, con cuatro o cinco puertas que literalmente usábamos de lianas. Nos trepábamos a la parte alta, nos sentábamos en las puertas y nos empujábamos, abriendo y cerrándolas para ir de una esquina a la otra, siempre sentadas en las puertas, que aún no comprendo cómo no se vencieron por el peso de siete escuincles vocingleros.

También podíamos estarnos quietas, sentadas las largas horas de la tarde, calladitas… con las tijeras en una mano y las revistas de mi mamá en la otra.
Primero escogíamos quién iba a ser el papá, la mamá, los abuelos y los 15 a 20 hijos en promedio por jugadora, que casi siempre se limitaban a dos: Mariana y yo.
Luego de formar la familia, escogíamos por turnos las recámaras, un cuarto por hijo; salas, comedores, cocina, salón de juegos, gimnasio, automóviles, chimeneas y cuanto mueble es anunciado en panfletos, revistas de moda, y hasta en National Geographic. Ya decidida la vida, comenzábamos la matanza.
Nunca entendí porqué mi mamá hacía tanto alboroto cuando hallaba sus pedazos de revistas y a las dos hermanas hartas de cortar y “arreglar las casas” jugando en la calle mientras las familias se quedaban tiradas en el suelo, abandonadas y sin viso alguno de que fueran a jugar con ellas. El chiste sólo era escoger y cortar, lo demás ya no importaba.

Historias de juegos tengo por miles… algunas las tengo presentes y otras, la gran mayoría, me las recuerdan mis hermanos, pues yo en alguna etapa de mi vida decidí meterlas bajo 27 llaves para no añorar esa vida por el resto de los años que me quedan, que calculo sumarán 93 para no perder la tradición familiar.

¡Ah, qué feliz he sido!

octubre 13, 2008

Estoy hueca

Estoy hueca. Tengo días pensando sobre qué escribir, alguna anécdota, algún recóndito pensamiento, algo de algo… pero nada.
Estoy hueca y no sé porqué. Ni me agrada, ni me molesta, sólo me confunde. No suele pasar, pero cuando me vacío no hay forma de llenarme sino es por algún detalle de esta mi vida que nada tiene de loca.
Estoy hueca. No importa que naciera Valentina, que un nuevo bebé esté por ver el cielo, que se haya dado de gritos durante El Grito, que cambiara mi horario. No importa, sólo sé que estoy hueca.
El único remedio para esta oquedad está a 10 pasos de mí, clavado en una silla sintiéndose Niky Lauda… pero creo que no sabe qué poder tiene sobre mí. Ni modo, seguiré hueca.