abril 18, 2008

Guarradas

Ella creía haber oído los más dulces piropos y las guarradas más grandes a su paso por las calles de México. Alguna vez que se reunieron las amigas, comentaban lo más bonito y lo más odioso que les habían gritado.
La recurrente “mamacita” era catalogada como de las palabras más vulgares y molestas, pero finalmente inofensiva. Alguna contaba que un día, subiendo las escaleras para entrar a una estación del Metro, un chico que descendía se le puso enfrente, impidiéndole el paso, y casi le grito “nunca había visto una mujer más hermosa en el mundo”.
Aquella odiaba a su hermana cuando relataba que un día, mientras caminaba por la Zona Rosa, un gringo negro, gordo, inmenso, le gritó en inglés que quería llevarla a la cama en ese momento.
Desde luego ella se puso roja, pero a la que enseguida quiso asesinar fue a su hermana, que al oír semejante comentario se paralizó, miró al extranjero y soltó la risa. Mientras una se moría de vergüenza e intentaba salir corriendo, la otra daba tales carcajadas que le impedían dar un paso.
Ella tuvo que llevarse casi a rastras a su hermana, mientras la otra sólo exclamaba: “Caray, a mí nunca me han propuesto eso”.
El colmo fue cuando otra de las jóvenes llegó furiosa a su casa y comentó que un taxista le había gritado “Sabrosura, quién fuera aguacate para embarrarse en tus tortitas”, a lo que otra chica respondió con un suspiro, mientras susurraba “Como a ti no te han gritado ¡inteensaaaaa!

El remate, sin embargo, lo dio una chica que con toda franqueza reveló: “Cuando me siento deprimida, el mejor remedio que he encontrado para ver la vida de otro color es caminar frente a una construcción. No saben cuánto me levantan los chiflidos y las guarradas de los albañiles. Nada como un recordatorio de que soy mujer para sentirme guapa, sexy y arrebatadora”.