mayo 17, 2008

Rodolfina

Más de 20 años dio servicio y mucha lata la sufrida Rodolfina, que se vio obligada a enfrentar los embates de una tribu alocada y bullanguera que la quería como si fuera de la familia, aunque al final realmente diera lástima.
Su llegada fue gloriosa, pues sus entonces seis usuarios la vieron como una bendición, sentimiento que con los años fue creciendo de manera directamente proporcional al aumento de la cifra y el peso de sus ocupantes.
En 1975 era azul, reluciente, de manejo fácil, amplia y realmente cómoda para todos, pero al paso de los años cambiaron su color a rojo y su armónico andar en una caja de sonidos.
Con la bocina afónica, la suspensión rechinante, el arranque lento y caprichoso, las puertas vencidas y los resortes cansados, Rodolfina anunciaba sonoramente su llegada a dueños y vecinos desde dos cuadras antes.
A pesar de haber pasado de moda, de que el Sol transformara su rojo intenso en un deslavado y extraño rosa, de que el medallón trasero hubiera sido levantado infinidad de veces del suelo, de que el mofle permaneciera literalmente encadenado en su lugar y de que la cajuela hubiera sido amarrada con vil mecate para evitar su abrupta apertura, sus dueños la amaban.
¡Y cómo no! Si los había visto convertirse en una feliz familia de nueve integrantes; los había paseado por medio país; les había servido de techo, cama, comedor, calentador, confesionario, tendedero, escuela, sala de conciertos, tribunal, prisión, escenario teatral, microbús, modelo y meta. En realidad era la ventana al mundo.
Aún se ignora cómo logró soportar aquella caída en una zanja cercano al lugar “donde los hombres se convierten en dioses” y de la que sólo pudieron rescatarla ocho adultos esforzados.

Tampoco se sabe cómo no desapareció en aquella colonia en la que estuvo abandonada por meses luego de un accidente en el Periférico y en donde fue usada como refugio de maleantes y proveedora de refacciones.
Más asombroso es que aquella pequeña de tres años que la había “conducido” a través del jardín hasta la reja de enfrente, 18 años después la hubiera subido a una glorieta y la estrellara contra un árbol cuando confundió el freno con el acelerador.

Su andar se volvió lento e inseguro, su comodidad dio paso a muchas molestias y finalmente hubo de ser rematada al mejor postor, un policía al que no le importó que estuviera desvielada.
Pese a todas esas desventuras, Rodolfina se ganó el amor de todos y un lugar distinguido en el anecdotario familiar.