mayo 01, 2008

Naco con acento peruano

Él no paraba de hablar, asombrado ante lo novedoso y extraño.
-Me pintaré las puntas del cabello de ese tono amarillo que veo está tan de moda entre los chicos de aquí, a ver si así paso inadvertido, exclamaba, para horror de su compañera.
-Huele a grasa, ha de ser porque en cada esquina tienen un puesto de comida, señaló él mientras se dejaba llevar por su improvisada guía.

A la izquierda, el gran edificio blanco, hundido. Más al fondo, aquel palacio azul semejante a las construcciones de alrededor, pero del todo diferente. Elegantes esquinas, ventanas sugerentes, enormes puertas que ocultan patios y escaleras insinuantes. Todo se parecía a su terruño, pero el tamaño lo hacía distinto.

-Lo que verás enseguida es impresionante. Sólo hay una plaza más grande, en Moscú. Prepárate, le fue advertido.

Él miraba al fondo y sólo veía un muro con pinta de cárcel.
Fue hasta que llegaron a la esquina cuando su mente se abrió a la par que su panorámica. La explanada inmensa cercada por sobrios edificios; campanas al vuelo y el cantar de chirimías y teponaztles acompañaba el murmullo de la muchedumbre.

Un golpe y un grito distrajeron su mirada. Un furioso joven en bicitaxi a gritos reclamaba a un anciano de andar cansado y mirada perdida, que aguantó sin replicar la andanada de recriminaciones que el improvisado taxista lanzó.

Y entonces surgió de la nada una retahíla de exclamaciones igualmente ofensivas, pero del todo risibles.
El extranjero repitió palabra por palabra todos los “chidos”, “chales”, groserías y demás vocabulario local que aquel bravucón soltó, pero con un acento peruano imitando el sonsonete naco que enseguida generó la carcajada de los presentes.
El anciano se fue riendo, el joven malencarado soltó dos improperios y se marchó, mientras los paseantes continuaron su tour.