mayo 05, 2008

A un lustro

No sé qué es lo que más extraño de él. No sé si es su risa que iluminaba mi existencia, sus cantos de ópera desafinados y a gritos a las siete de la mañana, sus travesuras de niño eterno que me invitaban a disfrutar cada momento o sus manazas que igual abrazaban, hacían “bicicletas” o corregían.
El me enseñó a disfrutar la guitarra de Joaquín Rodrigo; a ver la Navidad como el acontecimiento más importante del año; a saber que la familia lo es todo si permanece unida, fuerte, armónica.
Me demostró que no importan las limitaciones físicas, todo se puede conseguir con constancia y empeño: que la timidez sólo quita oportunidades de vivir a plenitud; que mi mamá es la bendición más grande que se me ha dado.
Me hizo ver que un bastón no es una limitante, sino un brazo para llegar más lejos; que la mesa es el sitio de reunión por excelencia; que las amistades no son para evitar la soledad, sino para crecer; que la Iglesia es mi madre y que Dios está al alcance de mis labios, de mis oídos, de mi pensamiento.
Hace cinco años se fue a ese lugar al que siempre anheló llegar para jugar con el pequeño Niño y arrullarlo como hizo con cada uno de sus siete hijos, para decirle piropos a la Virgen en los cinco idiomas en los que aprendió a rezarle “para que no se aburriera” y para contemplar a El Padre como lo que es: Su Padre.
Hoy brindo por él. Le ofrezco una “exquisita paleta de piñón de Manhatan”, un vaso de agua helada con muchos hielos, un “minúsculo pedacito de carne que ni para tapar una muela alcanza”, un LP con música de Beethoven en la sala y un buen libro en las manos, una ingeniosa historia familiar escrita en latín, un paseo en bicicleta y una mecida en la hamaca, cuando aún cabíamos todos en ella.
Hace un lustro no tuve la oportunidad de decirle al oído “lo eres todo para mí, gracias. Te amo”. Llegué tarde… y no lloré. Primero no tuve tiempo, luego no quise flaquear, después me negué… Seis meses después mojé la cama cada noche con mis lágrimas. Así pasó mucho tiempo. Pero tener la completa certeza de que estás en la casa del Señor me reanima y me fortalece.
Hoy lo hago. Desde el fondo de mi corazón he hecho un pacto con él: un día estaré a tu lado, no importa que para ello tenga que remar contra corriente, enfrentarme al mundo, superar cada flaqueza y seguir ese difícil camino. Yo ahí estaré y te llevaré a un invitado. Tú sabes quién es, lo conoces desde las alturas. Ayúdame a presentártelo, yo sé que te caerá bien.
Hace cinco años ni tiempo tuve de decirle cuánto lo amo, cuánto ha marcado mi vida, cuánto le agradezco. Hoy lo hago aquí: te quiero mucho, papá.