abril 21, 2008

Lepra de película

Para Raúl
Sus locuras de niño travieso y desparpajado no tenían fin, y en muchas ocasiones vecinos, familiares y hasta totales desconocidos pensaron llamar alguna patrulla para darle un escarmiento que le durara al menos hasta el fin de semana siguiente.
No era extraño verlo organizar al montón de escuincles de la zona para atravesar en fila india y a gatas las calles de la colonia. Mientras conductores molestos hacían sonar sus bocinas y les gritaban toda clase de linduras, él y sus diez o 15 amigos simulaban ser una jauría de gatos sordos y en ocasiones hasta cojos.
Comenzaba él a gatas en una esquina, lentamente, mientras veía acercarse los coches que eran obligados a frenar mientras los chicos, uno a uno y con toda calma, gateaban hacia la otra acera.
Tal vez hubiera algún conductor que se riera cuando veía a esa pandilla en sus andanzas, pero la sonrisa se congelaba cuando veían llegar al primero a la esquina y regresar por el mismo camino cuando el último de la banda apenas comenzaba el recorrido.
En más de unaocasión, los desesperados automovilistas les echaban el vehículo encima pero ellos, como buenos gatos que simulaban ser, no hacían caso más que de su propia voluntad.
El dueño del cine de la colonia también les tenía fobia, sobre todo desde que un día los atrapó en una de sus tantas travesuras. Nuestro chico, como líder inquieto en busca de experiencias y diversión, se organizó con sus seguidores, compraron carne molida y se metieron al cine, a las butacas más cercanas al cuarto de proyección.
Cuando la película estaba en su clímax, un fuerte estornudo sacudió al auditorio, que se extrañó al oír una joven voz exclamar "¡ay,esta lepra que no me deja en paz!" La mayoría siguió viendo el filme, mientras se escuchaban más estornudos, pero en un sector de la sala la gente comenzó a agitarse y un grito femenino cimbró a la gente.
Las entrañas de alguien quedaron derramadas en el suelo y la gente comenzó a exigir que se encendieran las luces. Mientras el encargado de la sala averiguaba lo que ocurría, los afectados comenzaron a asegurar que algo maloliente les caía cada vez que el supuesto griposo estornudaba.
Los chiquillos reían y pretendieron salir corriendo, pero los encargados de la seguridad fueron más rápidos para detenerlos y averiguar qué causaba tal conmoción. Se prendieron las luces y la verdad brotó junto a la luz.
Los encargados hallaron pedazos de carne molida lanzada desde atrás por los causantes de ese caos quienes, con el paquete del alimento abierto y medio usado, no podían parar de reír .
Mientras, sus víctimas describían el asco provocado por las municiones aguadas, rojas y malolientes lanzadas contra ellas.
Una vez más, los padres fueron obligados a dar la cara por la caterva de malhechores en potencia. Y para variar, el nombre más repetido era el de Raúl, quien con sonrisa franca y desparpajo absoluto admitía todo sin chistar, con la mente más en la próxima aventura que en el temporal castigo que se le venía.