mayo 19, 2008

El oso

A los ciberamigos
Esta era una vez que un oso grandote y comelón se fue a buscar comida. No se decidía entre pescar o asaltar el panal detrás de la roca grande.
Muy ufano se fue al río, allá donde le parecía que los salmones saltaban más. Pasó junto a un sapo guapo, creyó que un ente de aspecto picudo era temible y peligroso cuando en realidad sólo era una varilla vistosa con ínfulas de emperador de charca.
También escuchó a un pobre guajolote gruñir, simulando ser conquistador pero no pasando de puerta desvencijada; unas cacatúas a lo lejos no paraban de cacarear infinidad de babosadas que acabaron por fastidiar al resto de los habitantes del lugar.
En fin... el oso veía a todos de lejos y pasaba sin mezclarse. Sólo tenía una cosa en mente: un delicioso salmón: desafortunadamente aquel sitio era demasiado ruidoso, la marea arrojaba algunas cosas y salpicaba otras, pero nada comestible ni digerible.
La luna salía ya, y por más que buscaba, en la orilla del río sólo había cosas extrañas y de dudosa procedencia: Cyberwmx'es, gualusadas, guiz-mos, atopes... nada identificable en el universo conocido.
El pobre osezno ya desfallecía hasta que allá, arrastrada por el agua, una pequeña hebrita flotaba, arrastrada y mareada con tanto rápido.
El Oso la miraba extrañado, algo raro parecía arrastrarla contracorriente; ya iba a caminar hacia otro lado cuando de repente, como en un campo Mina-do, un sabroso salmón saltó y arrastró tras él a esa pobre hebra, que acabó golpeando en la cabeza al oso.
Medio atarantado, el animal gruñó. Hartó de esperar, se metió al agua, chapoteó como pudo persiguiendo al escuálido pez que luchaba por nadar más rápido sin conseguirlo... atorado por esa hebra que jalaba sin control.
De repente... ¡splash! La manaza cayó rauda sobre el salmón, los dientes atacaron pronto y el pez quedó entre sus fauces. Muy ufano, el oso comenzó a caminar hacia la orilla
saboreando su festín.
¡Chomp! chomp! chomp!... pedazos de pez caían hacia la barriga mientras la hebra se atoraba entre los dientes del oso. El pobre animalón luchaba entre tragar su alimento y sacarse la hebra.
Y ese fue el fin de un pobre pedazo de cordel de pescador, que atrapó a un pez, fue jaloneado hasta ser separado de la caña y fue arrastrado miles de kilómetros hasta quedar entre las fauces de aquel grandulón que, sin saber ni qué hacía, terminó usándolo como hilo dental.

1 comentario:

Gaviota_mx dijo...

Chale, nomás identifiqué a un personaje...creo.

No tengo madre ni tiempo para leer todo lo que quisiera, ahora me tengo que poner al corriente.

Besos